Ejemplos de
Narrador equisciente

El narrador equisciente es aquel que cuenta la historia en tercera persona pero solo conoce los pensamientos, ideas y sentimiento de uno de los personajes de la historia y del resto apenas sabe lo que ve o lo que le contaron. Por ejemplo: Miró el reloj y apuró el paso. Hoy, al menos hoy, no podía llegar tarde. Mientras su corazón se aceleraba y apretaba el maletín, se imaginó a su jefe esperándolo en la puerta de su oficina, sentado sobre su escritorio, listo para reprocharle lo que había hecho la tarde anterior. 

A diferencia del narrador en primera persona, el narrador equisciente tiene la capacidad de brindar al lector descripciones sobre el personaje, desde un punto de vista externo, y añadir información que el personaje desconoce.

Características del narrador equisciente

  • Su visión es acotada. Solo conoce los pensamientos, sentimientos y motivaciones de uno de los personajes de la historia.
  • Brinda un relato con múltiples perspectivas. Da al lector distintos ángulos sobre los hechos que suceden durante la historia, sin poner en duda su credibilidad.
  • Explica y sugiere. Solo puede explicar objetivamente lo que le ocurre al personaje al que “sigue”, porque solo conoce sus pensamientos y sentimientos. Sobre el resto de los personajes, solo puede brindar sugerencias, conjeturas y comentarios subjetivos.
  • Es el vínculo entre el personaje y el lector. Por la manera en que se aboca al personaje, conociendo sus pensamientos, motivaciones y sentimientos, genera una relación empática entre este y el lector.

Ejemplos de narrador equisciente

Se puso la campera, subió el cierre hasta el cuello, tomó las llaves y se fue dando un portazo. El mensaje que recibió fue corto pero contundente. Mientras caminaba por la vereda húmeda, a raíz de la tormenta que se había desatado horas antes, miró su muñeca para ver la hora, pero se dio cuenta de que no llevaba el reloj puesto. Lo había dejado sobre la mesa de luz. Se asomó en una vidriera y vio que ya casi eran las diez. Levantó la mano, dio un chiflido y un taxi frenó. Una vez adentro, chequeó si llevaba la billetera encima. Le dio la dirección exacta al chofer y le pidió que apurara la marcha. Para tranquilizarse le pidió al taxista, que de vez en cuando lo miraba por el espejo retrovisor, que subiera un poco el volumen de la radio, y tarareó hasta que se bajó del auto, tres canciones más tarde.

Apenas eran las seis, pero el sol que se filtraba entre las cortinas no le permitió seguir durmiendo. Se puso su bata, se calzó las pantuflas y sigilosamente, para no despertar a nadie, bajó por las escaleras. Se encerró en la cocina y, mientras la pava calentaba el agua para el té, se asomó por la ventana, por la que vio cómo el rocío cubría su jardín, resaltando más aún los tonos del césped y de las flores. Hacía frío, pero el té la ayudó a sentirlo menos. Sabía que la aguardaba un día difícil pero intentó no desanimarse. Cuando el reloj dio las siete, subió, agarró la ropa que había dejado preparada la noche anterior y se dio una ducha caliente, como cada mañana. Media hora más tarde, ponía en marcha su coche rumbo a al trabajo, mientras su marido la despedía desde el porche con su taza de café en una mano y el periódico en la otra.

Estaba harta. Harta de limpiar baños ajenos, planchar camisas de maridos que no eran el suyo y de lidiar con los caprichos de niños mimados. Cada día soportaba menos tener que ir a hacer sus necesidades a esos sucuchos que instalaban en los jardines, exclusivos para los que tenían un color de piel como el suyo. Tampoco toleraba tener que viajar de pie en el transporte público por no ser digna de un asiento, ni que sus hijos vieran su futuro vallado porque la universidad de la ciudad no aceptaba la mixtura.

Mientras el aroma traspasaba la puerta de la cocina, preparó la mesa. Le pareció cursi, pero puso una vela blanca justo en el centro. Desempolvó el tocadiscos y puso un disco de jazz para que sonara de fondo. No era un experto en el romanticismo, pero sabía que ella lo apreciaría. Mientras la carne se asaba, ultimó los detalles del postre: un pastel de manzana que era su especialidad. Acomodó los cojines del sillón, se sirvió vino en una copa y se apoyó sobre la pared, mientras miraba por la ventana esperando su llegada. Estaba nervioso, como si fuera la primera vez que tenía una cita. Pero ella era especial, siempre lo había sido. Y, después de años de trabajar juntos, por fin se había animado a invitarla a cenar. Todo tenía que ser perfecto o jamás se lo perdonaría.

Lo dudó. Pero decidió no llevarlo. Cerró la puerta, tomó el ascensor, bajó los catorce pisos y saludó al guardia de seguridad mientras se ajustaba el sombrero. Apenas llevaba dos de las 23 cuadras que lo separaban del trabajo cuando comenzó a llover. Primero fueron gotas delgadas, apenas perceptibles. Pero a medida que apuraba el paso, las gotas eran más frecuentes y de mayor espesor. Llegó a la oficina como si le hubieran tirado un balde de agua encima, justo antes de entrar. Nunca más saldría sin ese bendito paraguas negro, por más que en la radio anunciaran un sol radiante para la jornada.

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Equipo editorial, Etecé (11 de febrero de 2023). Narrador equisciente. Enciclopedia de Ejemplos. Recuperado el 30 de octubre de 2024 de https://www.ejemplos.co/narrador-equisciente/.

Sobre el autor

Fecha de publicación: 27 de abril de 2020
Última edición: 11 de febrero de 2023

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