Ensayo sobre el Covid-19

Solidaridad e individualismo en la pandemia actual de Covid-19

La pandemia por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad del Covid-19, ha sido uno de los eventos de mayor impacto global en las últimas décadas, cuyas consecuencias en la economía, el transporte, la política y la sociedad podrían durar más allá de la propia enfermedad.

Una de ellas, no obstante, es de índole estrictamente social: la pandemia ha subrayado la necesidad de una sociedad más solidaria, más comprometida con la mutua protección y más dispuesta al esfuerzo de grupo, de lo que al statu quo liberal le conviene admitir.

Como bien sabemos, el Covid-19 es una enfermedad respiratoria de muy fácil contagio entre una persona y otra, especialmente en ambientes cerrados y pobremente ventilados. Se estima que basta un contacto estrecho (a menos de dos metros) durante 15 minutos entre un individuo contagiado y uno sano para que la enfermedad se propague a este último y, en su gran mayoría, los casos de contagio pueden rastrearse a un entorno concreto y determinado: una reunión social, una visita a un pariente, un concierto, etc.

Obedeciendo, pues, a una lógica preventiva que admite no poder diferenciar rápida y eficazmente entre quienes están sanos y quienes poseen la enfermedad en su etapa presintomática o en su manifestación asintomática (la más peligrosa: no para el individuo en cuestión sino para aquellos que de manera confiada entren en contacto con él), el consejo general impartido a la población mundial se resume en:

  • Utilizar mascarillas o cubrebocas para evitar esparcir la enfermedad (y reducir los márgenes de contagio),
  • Evitar las aglomeraciones de gente, sobre todo en lugares cerrados y pobremente ventilados,
  • Practicar el distanciamiento social, especialmente con personas vulnerables o que padecen comorbilidades
  • Vacunarse para reducir el riesgo de contagio, transmisión, hospitalización y muerte.

Estas medidas hacen hincapié en el contacto con terceros: no solo porque ellos pueden ser fuente de contagio, sino porque nosotros mismos podemos llevarles el virus y poner en riesgo su vida. Esto último, de cara al moderado margen de mortalidad de la enfermedad (4,7 %), que en buena medida depende también de factores extrasanitarios, tal vez sea lo más grave del asunto.

La enfermedad puede no resultar muy letal para poblaciones enteras, pero sí hará estragos entre aquellos que padezcan otras enfermedades, se hallen inmunosuprimidos o sean personas de edad avanzada.

Aunque esta información se conoce desde inicios de la pandemia, y eventos tan trágicos como el “gerontocidio” por Covid-19 en Italia durante la segunda mitad del 2019 tendrían que estar aún frescos en la memoria colectiva, todo indica que para las poblaciones jóvenes y relativamente saludables, esto equivale a una declaración de inmunidad, es decir, de impunidad.

En muchos países es palpable la rebeldía e indiferencia de los jóvenes (y no tan jóvenes) de cara a las medidas sanitarias masivas, como cuarentenas, o simplemente ante la necesidad de portar una mascarilla.

Un espíritu profundamente individualista parece cundir incluso entre las sociedades más organizadas: hasta septiembre de 2021, en España se interrumpieron más de 1000 fiestas clandestinas, en las que no se usaba el cubrebocas, no se respetaba el límite establecido de personas en un mismo entorno cerrado, o se incumplía alguna otra norma sanitaria, de acuerdo a las fuentes periodísticas.

Y, si bien toda medida gubernamental puede ser sometida al escrutinio de la legalidad y de la filosofía, no pareciera estarse dando un debate organizado respecto de dónde terminan las libertades “sacrificables” en una época de riesgo como puede ser una pandemia. Todo lo contrario: se emplea en muchas declaraciones públicas la idea de “libertad” para justificar la irresponsabilidad de cara al colectivo, o el privilegio de los placeres personales por encima de la vida de terceros.

Solidaridad versus libertad

La insolidaridad durante la pandemia no es exclusiva de la juventud, sin embargo. Ni tampoco de los militantes antivacunas o de otros diversos terraplanismos pseudoideológicos, que proliferan en las sociedades occidentales amparados en la libertad de obviar la información científica o, tal vez, en la libertad de cultos.

Basta echar un ojo a la distribución mundial de vacunas para darnos cuenta de que los gobiernos de todo el mundo operan de un modo equivalente: mientras 15 millones de dosis de vacunas estadounidenses contra el Covid-19 son desechadas ante una abrumadora falta de demanda, otras naciones del mundo enfrentan la pandemia incapaces de vacunar ni al 2% de sus respectivas poblaciones.

Así, el acaparamiento de vacunas en el llamado “primer mundo” es un aspecto más de la insolidaridad que caracteriza a nuestra época. Ni siquiera el argumento de la aparición de nuevas variantes en territorios donde el virus cunde libremente –lo cual podría conducir a la aparición de nuevas y más peligrosas variantes que ignoren la protección brindada por las vacunas– parece ser suficiente para llamar la atención mundial respecto de una verdad muy simple: problemas globales requieren soluciones globales.

La libertad de desobedecer la cuarentena, tan defendida por los ciudadanos occidentales, acaba entonces siendo una forma más de privilegio de clase, en la medida en que los países más pobres no tienen otra alternativa que reprimir a la población para prevenir el contagio. La solidaridad internacional, incluso cuando se traduce en una mayor garantía de futuro para la población local, no parece ser un asunto prioritario en la agenda de las grandes naciones.

Una sombría conclusión

Es muy poco probable que el Covid-19 desaparezca por arte de magia en los próximos meses o años. Las herramientas de las que disponemos para combatirlo, sin duda, se irán afinando, de la mano de la tecnología y la innovación que caracterizan a nuestra época: eventualmente se desarrollará una mejor y más eficaz vacuna, o se hallará un tratamiento eficaz contra el virus. Pero mientras ello no ocurra, la vida de las personas más débiles está en riesgo.

La pregunta, entonces, que debemos formularnos cuanto antes es cómo fomentar la conciencia en los ciudadanos de Occidente para convencerlos de que la cooperación y la protección mutua son factores que jugaron un rol clave en la evolución de nuestra especie.

¿Qué es un ensayo?

El ensayo es un género literario, cuyo texto se caracteriza por estar escrito en prosa y por abordar un tema específico libremente, echando mano a los argumentos y las apreciaciones del autor, tanto como a los recursos literarios y poéticos que permitan embellecer la obra y potenciar sus rasgos estéticos. Se considera un género nacido en el Renacimiento europeo, fruto, sobre todo, de la pluma del escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592), y que con el paso de los siglos se ha convertido en el formato más utilizado para expresar las ideas de un modo estructurado, didáctico y formal.

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Equipo editorial, Etecé (20 de agosto de 2024). Ensayo sobre el Covid-19. Enciclopedia de Ejemplos. Recuperado el 26 de noviembre de 2024 de https://www.ejemplos.co/ensayo-sobre-el-covid-19/.

Sobre el autor

Fecha de publicación: 29 de octubre de 2021
Última edición: 20 de agosto de 2024

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