La dolorosa ilusión de las redes sociales
No hay que ser un genio para darse cuenta del impacto trascendental que la irrupción de las redes sociales tiene en el mundo contemporáneo. En poco más de una década de existencia, estos espacios virtuales han pasado de ser una excentricidad juvenil y una herramienta útil para contactar a viejos amigos, a ser el lugar por excelencia donde ocurren transacciones de todo tipo: desde compras y ventas de productos, y publicaciones de anuncios de bienes y servicios, hasta el enamoramiento y la difusión de contenidos personales. Todo está centralizado en sus páginas digitales, al punto tal de que es raro ya pedirle a alguien el número de teléfono, pues en realidad queremos su autorización para sumarnos a su vasta red de contactos.
En principio, no habría nada de qué preocuparse. Las redes sociales no son el primer invento que revoluciona la manera de interrelacionarnos o que acelera el reloj de la obsolescencia de muchas otras tecnologías y prácticas. De hecho, las redes sociales han tenido un brillante impacto en la organización de los grupos sociales y comunitarios, ya que permiten el surgimiento de nuevas formas de intercambio de ideas, nuevos modos de democratización del saber y nuevas formas de protesta y presión, cuyos impactos en la sociedad están apenas comenzando a apreciarse recientemente.
Este artículo no se trata, pues, de un llamado a temerles a las redes sociales. Pero sí, lo cual es distinto, puede entenderse como una advertencia respecto a lo que hacemos con ellas y el modo en que las pensamos, dado que debajo de las redes sociales suele hallarse un engaño gigantesco, herencia de los tiempos del reality show y otras producciones mediáticas que aspiraban a entretenernos no con relatos fantásticos y perspectivas escapistas, sino mostrándonos —supuestamente— la realidad.
La redes sociales vs. la realidad
Los reality shows de antaño partían de una perspectiva muy tradicional en la sociedad de consumo: los ricos y famosos viven vidas espectaculares, y el solo hecho de verlas —sobre todo si es mediante una cámara “escondida” en sus hogares— constituye una forma de entretenimiento. No es muy distinto de lo que ofrecen las revistas o los programas televisivos de farándula, en los que se cubre las bodas reales y los eventos del show business estadounidense.
Sin embargo, en estos reality shows se les daba la oportunidad de participar a algunos afortunados: actores principiantes o personas “de a pie” que, a partir de su encuentro con el hada madrina televisiva, pasaban a vivir una nueva vida: ganaban cantidades de dinero, protagonizaban sus propios programas o simplemente se hacían queridos u odiados por el gran público. Pero en todo momento estaba notoriamente presente la industria que hacía posible semejante transformación: los productores y los regentes del concurso, quienes mediaban entre la realidad televisada y el público que la consumía.
Y eso es, justamente, lo que las redes sociales nos ocultan. El cambio que se ha producido con ellas es mucho más insidioso y la ilusión es mucho más perfecta porque la red social nos promete la interacción directa con el otro, sea o no famoso, sea o no una corporación que invierte miles de dólares en promocionar sus productos. Y así, se nos vende una realidad manufacturada, otra vez, pero esta vez bajo la promesa de una inmediatez, una verdad y una objetividad que son, digámoslo de una vez, mentira.
Con ello no solo me refiero a las publicidades descaradamente disfrazadas de ¿reportaje? ¿evidencia? —¿Qué cosa son las entradas en las redes sociales?—, en fin, disfrazadas de realidad. Ningún influencer dedica tanto tiempo a hablar de esa marca de pantalones, si no recibe de la empresa un pago correspondiente. Eso, hasta cierto punto, resulta obvio. Pero existe un embrujo todavía más insidioso y tiene que ver con el recorte de la realidad que cada quien exhibe en sus redes, y que el sistema hace pasar por verdadero.
Máquinas de producir insatisfacción
Es esa la razón por la cual cada vez un mayor número de usuarios activos de las redes sociales evidencia síntomas depresivos o de insatisfacción: las redes sociales operan en base al deseo y el objeto deseado es una vida ficticia, vendida como real. Y eso no ocurre únicamente con los influencers que, a fin de cuentas son actores, construcciones con que capturar nuestro interés: lo que vemos de los demás, de nuestros amigos y de nuestros conocidos no es más que un recorte conveniente de sus vidas porque nadie quiere mostrar al ojo morboso del gran público cuando le va mal, cuando se frustra o cuando la realidad lo decepciona.
Las vidas perfectas, simplemente, no existen. Y si alguna nos parece peligrosamente cerca de la perfección, quizá sea porque tenemos puesto —de un modo consciente o inconsciente— el filtro de cuento de hadas. Quizá, peor aún, lo haya activado un tercero por nosotros, a nuestras espaldas. Un tercero que se lucra con el intercambio de nuestra atención por insatisfacciones.
Referencias:
- “Periodismo de opinión” en Wikipedia.
- “Servicio de red social” en Wikipedia.
- “La amenaza de las redes sociales” por George Soros en El País (España).
- “Redes sociales en la red y su impacto en los movimientos sociales” en Explora del Gobierno de Chile.
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