La defensa medioambiental, mucha más que un asunto ecológico
Normalmente, cuando hablamos de medioambiente solemos pensar en el conservacionismo, en la militancia verde y otras tendencias que, tradicionalmente, solemos oponer a la actividad económica, a la rentabilidad y al progreso. Pero nada podría estar más alejado de la verdad.
Comencemos por entender qué es el medioambiente. La vida, en sus múltiples y diversas formas, existe siempre en estrecha conexión con su entorno, ya sea este último el lecho oceánico, la selva amazónica o el torrente sanguíneo de una criatura millones de veces más grande.
Ninguna forma de vida es autónoma, indiferente a lo que la rodea sino que existe en un continuo ejercicio de consumo y liberación de recursos: se toma lo necesario para vivir y se desecha lo que no nos hace falta, lo cual a su vez es aprovechado por otros. Estar vivo es estar en continuo intercambio con el medioambiente.
Eso quiere decir que nuestra propia existencia depende, en gran medida, del estado en que se encuentre el medioambiente. Un entorno propicio es un entorno diverso, rico en recursos, mientras que uno vacío, empobrecido y monótono hará que la vida peligre.
Es por eso que en la naturaleza los seres vivos se ven forzados a tomar parte en un ciclo: nacer, crecer, reproducirse, morir, cada etapa determinada por el consumo y la entrega de materia y energía, bajo el continuo asedio de las demás criaturas que aspiran a lo mismo. Ninguna especie consume más de lo que requiere para ocupar su eslabón temporal en la cadena. Ninguna excepto el ser humano.
Nuestra relación con el medioambiente se ha hecho más problemática a medida que nuestra especie ha entendido y conquistado las leyes de lo natural. Nuestro objetivo como especie ya no es únicamente preservar nuestra existencia, esparcir nuestros genes, sino también construir el conocimiento futuro, alargar nuestras vidas individuales, dar con un sistema que nos garantice la felicidad durante nuestra existencia. Estas aspiraciones han transformado al mundo de manera irreversible, de la mano de la industria, del consumo, de la fabricación de materiales nuevos y a menudo peligrosos.
La contaminación, la destrucción de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad son el precio que el medioambiente paga por la satisfacción de nuestros deseos, y que a futuro se habrá de cobrar en nuestra propia calidad de vida.
Se trata de una trampa en la que hemos caído como especie: empobrecemos la vida de otras especies y de las generaciones futuras de la nuestra a cambio de recursos inmediatos para emprender actividades económicas que, para colmo, no logran realmente hacernos felices, ni traen consigo la solución de los males globales. Ni siquiera son realmente sostenibles en el tiempo pues el precio que pagamos por ellas es muy alto.
Es por eso que la preservación del medioambiente debe ser una prioridad humana. Debe ser una de las directrices que guíen nuestro futuro, tanto en lo individual como en lo colectivo. Los Estados, las organizaciones privadas y la ciudadanía misma comparten la necesidad, lo sepan o no, de establecer una relación armónica con el medioambiente, que nos garantice la permanencia en el tiempo, sin arrebatársela al resto de las especies. Solo recuperando un lugar en el concierto de las especies del mundo podremos garantizarles a nuestros descendientes un mundo habitable, asombroso, en el que vivir valga la pena.
Referencias
- “Medio ambiente natural” en Wikipedia.
- “El derecho a disfrutar de un medio ambiente sano, se relaciona con la responsabilidad de proteger nuestros recursos naturales” en el Gobierno de México.
- “¿Qué es el medioambiente y por qué es clave para la vida?” en BBVA.
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