El oso y las abejas
Érase una vez, en un bosque lejano y frondoso, un oso que vivía en una cueva subterránea, de la cual salía únicamente a comer. Su vida era solitaria y perezosa, iba por donde quería y comía lo que se le antojaba, pero nada lo entusiasmaba demasiado. Era, en el fondo, un oso un poco triste.
Uno de esos días, al salir de su cueva muerto de hambre, el oso notó que en un árbol cercano había un objeto que nunca antes había visto. Era un panal de abejas, redondo como una pelota, zumbando de tantos insectos adentro. El oso se aproximó y estuvo largo rato olfateando el panal, sin saber muy bien de qué se trataba. Y entonces las abejas salieron, porque sabían que a los osos, en general, suele gustarles la miel.
— ¡Eh, oso! —le dijeron, al unísono, las cientos de abejas que, cuando se ponían de acuerdo, podían juntar sus voces y hablar como una sola persona— ¿Por qué andas olfateando nuestro panal? ¿Es que quieres robarnos la miel que tanto trabajo nos cuesta?
El oso, que nunca antes había visto abejas como aquellas, quedó perplejo.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es esa miel de la que hablan?— les preguntó.
— No nos engañas, oso. —respondieron— Este no es el primer panal que construimos con mucho esfuerzo y sacrificio, y no vamos a dejar que venga cualquiera a destruirlo.
— ¿Ustedes viven allí dentro? ¿Por qué querría alguien romperles su casa? —insistió el oso, volviendo a olfatear la colmena redonda.
— Para robarnos la miel, claro está.
— ¿Y para qué sirve? —quiso saber el oso.
— ¿No sabes para qué es la miel? —se rieron las abejas— ¡Nunca habíamos visto un oso tan tonto!
Al oso no le gustó que aquellos insectos tan diminutos se estuvieran riendo de él, que era un animal grande y fuerte.
— ¡Qué abejas groseras! —rugió— ¡Solo por eso debería destruirles su colmena!
Las abejas de inmediato dejaron de reír, y le mostraron sus aguijones al oso.
— Si rompes nuestra colmena, te vamos a picar entre todas —le advirtieron.
Pero ya era tarde. De un golpe con sus garras, el oso sacudió la colmena y le hizo un tajo grande por donde empezó a brotar la miel. El panal cayó al suelo y se arruinó por completo. El oso, en un reflejo, se llevó las garras a la boca y saboreó aquel manjar del que solo eran capaces de crear las abejas.
— ¡Lo sabíamos! —lo acusaron las abejas— ¡Has venido a comerte nuestra miel! ¡Ahora vas a pagar lo que hiciste!
Y sin decir otra palabra, picaron y picaron al oso hasta hacerlo salir corriendo.
El oso pasó el resto del día escondido en un rincón diferente del bosque, esperando a que se le pasara el dolor de las picaduras, pero sin poder olvidar el sabor delicioso de la miel. No entendía cómo unos animalitos como las abejas podían crear algo tan delicioso y al mismo tiempo picar tan dolorosamente. Finalmente se hizo de noche y el oso quiso volver a su cueva, pero al intentarlo se percató de que las abejas se habían metido en su cueva y trataban de hacer un nuevo panal.
— ¡Alto ahí, oso! —le dijeron— O te volveremos a picar como te lo mereces.
— No he venido a pelearme con ustedes, abejas, sino a dormir en mi cueva. Vuelvan a su panal y hagamos como si nada hubiera pasado— propuso el oso.
— No podemos volver al panal, oso, porque lo arruinaste con tus garras. ¿Sabes cuánto tiempo nos había tomado construirlo?
— No, no lo sé. —dijo el oso que, a pesar de todo, era un oso sincero— Pero sé que si perdiera mi cueva me pondría muy triste.
— Eso no es nada —explicaron las abejas- porque esa cueva la has conseguido, nosotras en cambio tenemos que hacer nuestra casa con nuestras propias manos. Este es el tercer panal que hemos tenido que hacer.
— ¿Y qué pasó con los anteriores? —preguntó el oso.
— Los humanos los destruyeron.
— ¡Ah, los humanos! -rugió el oso, al que tampoco le gustaban para nada los humanos— Antes solían venir por aquí, pero cuando escuchan mi rugido salen corriendo despavoridos. Hace mucho que ya no vienen.
— Qué suerte, oso. Nosotros no sabemos rugir, solo picar. Pero ellos tienen trajes especiales que nos impiden picarles, y fuego para hacer humo y forzarnos a salir del panal.
El oso estuvo pensando unos instantes y al final tuvo una idea.
— Escuchen, abejas, ¿Qué les parece si compartimos la cueva?
— ¿La compartimos? —las abejas se miraron las unas a las otras, extrañadas.
— Yo cuidaré la cueva para que los humanos no entren y ustedes podrán vivir tranquilas adentro. Así podrán perdonarme por el panal que les rompí.
— ¿De verdad harías eso por nosotras?
— ¡Claro!
Las abejas comenzaron a zumbar de alegría. Eran abejas generosas, a pesar de lo desconfiadas.
– Oso, si compartes tu cueva con nosotras, nosotras compartiremos contigo nuestra miel. Lamentamos mucho haberte picado y también habernos reído de ti en primer lugar.
Aunque no podían abrazarse ni darse un apretón de manos, las abejas y el oso hicieron las paces. Desde entonces compartieron la cueva y la miel, y aprendieron a valorar lo bueno que cada uno tenía para ofrecer. Y, por si fuera poco, el oso nunca más volvió a sentirse tan solitario.
Referencias:
¿Qué es un cuento?
Los cuentos son relatos cortos, con pocos personajes y con una única trama, que puede estar basada en hechos reales o ficticios. Son textos narrativos con un argumento relativamente sencillo, en el que los personajes participan de una única acción central. Los espacios también son acotados: los hechos suelen producirse en no más de uno o dos lugares.
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