La égloga es un tipo de poesía lírica, es decir, que es una composición en la que se transmiten sentimientos, reflexiones o estados de ánimo. Puede ser un diálogo entre dos o más personajes o un monólogo, y es similar a una obra de teatro corta de un solo acto.
La égloga se caracteriza por su tema central, ya que en este tipo de poesías siempre se expresan sentimientos amorosos. Además, cuando estas composiciones eran representadas, solían estar acompañadas de música.
La primera égloga fue escrita por Teócrito, un poeta griego, en el siglo IV a. C. Después utilizaron este subgénero algunos poetas romanos y, siglos más tarde, en el Renacimiento se hicieron este tipo de composiciones, sobre todo en la literatura española.
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Características de la égloga
- Personajes. Son campesinos o pastores que expresan su estado de ánimo en relación con el amor.
- Tema bucólico. El tema central es el amor, las historias suceden en lugares naturales y se pueden incluir personajes que existen o que existieron en la realidad.
- Espacio. El lugar se describe utilizando el locus amoenus, un tópico literario en el que el campo aparece como un lugar idealizado, paradisíaco y tranquilo.
- Narración. A pesar de que es una poesía lírica, en ocasiones se narran historias de amor. En el comienzo de esta composición se suele presentar a los personajes, luego ellos relatan y reflexionan sobre el amor y al final se despiden y el autor hace una conclusión sobre el tema central.
- Estructura. Suele estar compuesta por treinta estrofas que son estancias de catorce versos cada una. Los versos de las estancias pueden ser endecasílabos (versos de once sílabas) o heptasílabos (versos de siete sílabas) y suelen tener rima consonante.
- Utilización de figuras retóricas. Las figuras retóricas se utilizan para producir un efecto estético, es decir, para que el lector perciba de una forma diferente el objeto o el suceso al que se hace referencia. En muchas églogas se utilizan el oxímoron, el hipérbaton, la hipérbole, la prosopopeya, el encabalgamiento, entre otros.
Ejemplos de égloga
- Fragmento de “Idilio IV. Los pastores” de Teócrito (310 a. C – 260 a. C.)
Bato.
Corydon, dime, ¿cuyas son las vacas?
¿Son de Filondas?
Corydon.
No, de Egon, que ahora
Por las apacentar me las ha dado.
Bato.
¿Y en dónde a lo escondido las ordeñas
A todas por la tarde?
Corydon.
Las terneras
Las pone el viejo, y bien a mi me guarda.
Bato.
¿Y el ausente boyero a do se ha ido?
Corydon.
¿No lo has oído? Lo llevó consigo
Milton hacia el Alfeo. (…)
- “Idilio IV” de Bión de Esmirna (vivió a finales del siglo II a. C)
Las Musas del Amor cruel no temen,
Antes bien le aman de ánimo, y sus huellas
Siguen, y si seguidas de alguno
De alma desamorada, de él se apartan,
Y ni enseñarle quieren; más si dulce
Canta de Amor, movido el blando pecho,
Se le llegan corriendo luego todas;
Testigo yo de que verdad es esto:
Pues si canto a los Dioses, o a los hombres,
Se me traba la lengua, ni cual antes,
Ya canta; y si de amor yo canto luego,
O de Lycida, entonces de la boca,
Me sale un ledo, y apacible canto.
- “Idilio VI” de Mosco de Siracusa (vivió en el siglo II a. C)
A la vecina Eco Pan amaba;
Y Eco a un saltante Sátiro quería,
Y el Sátiro por Lida enloquecía;
Cuanto Eco a Pan, el Sátiro abrazaba
A Eco, y Lidia a Sátiro encendía;
Amor así a los míseros perdía,
Y cuanto a alguno al otro desdeñaba,
Tanto era de su amante despreciado,
De odiosa ingratitud justo castigo,
Dulce venganza al triste namorado,
Yo de la turba enamorada, amigo,
Que amantes ha de haber si hay hermosura,
Este ejemplar les doy, y al fin les digo:
Amad, amantes, con igual ternura.
- Fragmento de “Bucólica I” de Virgilio (70 a. C. – 19 a. C.)
Melibeo.
Títiro, tú, recostado al amparo de un haya frondosa,
ensayas en tu delgado caramillo silvestres melodías;
nosotros dejamos los confines de la tierra natal y las queridas campiñas;
y nos exiliamos de nuestra tierra; tú, Títiro, a la sombra, despreocupado,
enseñas a la bella Amarilis a hacer resonar el monte.
Títiro.
Oh Melibeo, un dios nos ha creado estos ocios,
porque él será siempre para mí un dios;
un tierno cordero de nuestros apriscos ensangrentará siempre su altar.
Como ves, él ha permitido pacer tranquilas a mis vacas
y a mí mismo tocar lo que quiera en una rústica caña. (…)
- Fragmento de “II” de Calpurnio Sículo (vivió en el siglo I)
A Crócale, casta doncella, dos mozos; amaron
largo tiempo, Idas uno, que dueño de reses lanudas
era, y Astaco el otro, que un huerto tenía, ambos bellos
y en el canto parejos. Un día de estío en que ardía
la tierra se hallaron al pie de unos olmos y cerca
de una gélida fuente y al dulce cantar se aprestaron
y al concurso con premios; aquél, si perdiera, ofrecía
siete vellones y el otro los frutos del huerto;
era un grande certamen y Tirsis de juez actuaba.
Asistió toda clase de reses y fieras y todo
ser que hiende los aires con alas errantes y aquellos
que indolentes al pie de la encina sombría apacientan
su rebaño; asistió el padre Fauno y también los bicornes
Sátiros; fueron las Dríades de pies no mojados
y las Náyades de húmedos pies y los rápidos ríos
detuvieron sus cursos; el Euro las trémulas frondas
respetó y un profundo silencio reinó en las montañas.
Todo cesó; hasta los toros hollaban herbajes
desdeñados e incluso la abeja industriosa atrevióse
a dejar las nectáreas flores, pues ellos justaban.
Y ya estaba Tirsis sentado a la sombra de un árbol
añoso diciendo: «De nada, muchachos, los premios
sirven si yo soy el juez; galardón suficiente
es del que triunfe la prez, del vencido el oprobio.
Y, por que sea posible ordenar las canciones
alternadas, cada uno tres veces los dedos enseñe».
Y en seguida los dedos jugaron y fue Idas primero. (…)
- Fragmento de “Égloga primera” de Garcilaso de la Vega (1491-1536)
(…)Salicio
¡O más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aun la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas;
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado;
y de mi mesmo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas de ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
della salir un hora?
Salid, sin duelo, lágrimas corriendo. (…)
- Fragmento de “Égloga de Plácida y Vitoriano” de Juan del Encina (1468-1529)
(…) Plácida.
Lastimado coraçón,
manzilla tengo de ti.
¡O gran mal, cruel presión!
No tenía compassión
Vitoriano de mí
si se va.
Triste, ¿de mí qué será?
¡Ay, que por mi mal le vi!
No lo tuve yo por mal,
ni lo tengo, si quisiesse
no ser tan esquivo y tal.
Esta mi llaga mortal
sanaría si le viesse.
¿Ver o qué?
Pues que no me tuvo fe,
más valdría que se fuesse.
¿Qué se vaya? ¡Yo estoy loca,
que digo tal heregía!
Lástima que tanto toca,
¿cómo salió por mi boca?
¡O, qué loca fantasía!
¡Fuera, fuera!
Nunca Dios tal cosa quiera,
que en su vida está la mía.
Mi vida, mi cuerpo y alma
en su poder se trasportan,
toda me tiene en su palma;
en mi mal jamás ay calma
y las fuerças se me acortan;
y se alargan
penas que en mí tanto tardan
que con muerte se conortan. (…)
- Fragmento de “Égloga a Amarilis” de Lope de Vega (1562-1635)
(…) Cuando yo vi mis luces eclipsarse,
cuando yo vi mi sol oscurecerse
mis verdes esmeraldas enlutarse
y mis puras estrellas esconderse,
no puede mi desdicha ponderarse,
ni mi grave dolor encarecerse,
ni puede aquí sin lágrimas decirse
cómo se fue mi sol al despedirse.
Los ojos de los dos tanto sintieron,
que no sé cuáles más se lastimaron,
los que en ella cegaron, o en mí vieron,
ni aun sabe el mismo Amor lo que cegaron,
aunque sola su luz oscurecieron,
que en los demás bellísimos quedaron,
pareciendo al mirarlos que mentían,
pues mataban de amor lo que no vían. (…)
- Fragmento “Bátilo: égloga en alabanza a la vida del campo” de Juan Meléndez Valdés (1754-1817)
Batilo.
Paced, mansas ovejas,
La yerba aljofarada,
Que el nuevo día con su lumbre dora,
Mientras en blandas quejas,
Le cantan la alborada,
Las dulces avecillas a la Aurora:
La cabra, trepadora,
Ya suelta, se encarama,
Por el monte enramado:
Vosotras de este prado
Paced la yerba y la menuda grama,
Paces, ovejas mías,
Pues de abril tornan los alegres días. (…)
- Fragmento de “Égloga III” de Vicent Andrés Estellés (1924-1993)
Nemoroso. (…)
Tengo miedo esta tarde —en el despacho
de aquellas tardes nuestras, de esos días.
Belisa, el mundo marcha hacia el desastre.
Empezaré a marcar desde el teléfono
un número cualquiera: “Ven, Belisa!”
Lloro, Belisa, entre el Haber y el Debe.
Lloro en el ático que tú conoces.
Belisa, el mundo marcha hacia el desastre!
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