Un antes y un después de 1789: el significado de la Revolución francesa para la humanidad
Es casi un lugar común de la historia decir que la Revolución francesa de 1789 cambió el mundo entero para siempre. Lo hizo, en primer lugar, porque rompió de manera violenta con el Antiguo Régimen en Francia, e instauró una efímera República que, sin embargo, sirvió de ejemplo a las aspiraciones de cambio del mundo entero: un nuevo mundo era finalmente posible. Y al mismo tiempo constituyó una alerta para los reinos vecinos, que pusieron sus barbas en remojo de muy distintas maneras. De hecho, Austria y Prusia se opusieron tan ferozmente a la Revolución que, como es sabido, le hicieron la guerra a Francia entre 1792 y 1797, tratando de restaurar por la fuerza el orden monárquico.
Sin embargo, la importancia histórica de la Revolución francesa no solo tiene que ver con la posibilidad de un reordenamiento de gobierno, sino con una profunda reconstrucción de lo público: cambiaron las formas de participar en la sociedad, de disfrutar de ella e incluso de imaginarla, y esos cambios fueron mucho más duraderos que el gobierno republicano, dado que este último falleció a los pies del Primer Imperio francés, es decir, a los pies de Napoleón Bonaparte.
Prueba de ello es que, incluso bajo el mando imperial de Bonaparte, las ideas sociales y culturales nacidas en la revolución florecieron y se expandieron por Europa, pusieron fin a distintas monarquías absolutistas y sembraron por doquier las semillas de una Europa liberal; semillas que germinaron en los siguientes años, tras la derrota en Waterloo.
Los principales cambios de la revolución
El aspecto más evidente y más comentado de los cambios revolucionarios en Francia tiene que ver con la caída de la monarquía absolutista de Luis XVI. Como se sabe, las fuerzas insurrectas se alzaron contra este gobierno despótico que mantenía a Francia sumergida en una profunda crisis económica. Y en julio de 1789 inundaron las calles para acabar con el orden feudal heredado del medioevo.
Inicialmente, esto consistía en imponer una monarquía constitucional, es decir, un gobierno monárquico en el que el rey estuviera sometido a la ley, y no esta última a la voluntad del monarca. Pero la negativa del monarca a firmar las leyes emanadas de la recién fundada Asamblea Nacional y, probablemente, su confianza en que las fuerzas proabsolutistas de los países vecinos acabarían reimponiendo el orden tradicional condujeron a Francia hacia un orden republicano, inspirado en el mundo clásico grecorromano.
Este cambio se hizo sentir fuertemente en el mundo del arte, por ejemplo, en el que un estilo neoclásico se impuso, decidido a reencarnar el mundo antiguo en el imaginario de la Francia del momento. Así, por ejemplo, nació Marianne, encarnación femenina de la República Francesa, representada como una joven combativa, vestida con gorro frigio y a menudo ataviada con los colores de la escarapela tricolor francesa. Algo similar ocurrió con el “Canto de guerra para el ejército del Rin”, adoptado entusiastamente por los revolucionarios como “La Marsellesa”, el futuro himno nacional.
Aquellos eran los símbolos de una nueva cultura nacional: los museos se abrieron por primera vez al público, para que el disfrute de las obras de arte no fuera exclusivo de la aristocracia, y un nuevo modelo educativo, de raíces liberales, se estableció con la fundación de instituciones como la Escuela Normal, el Instituto de Francia o la Universidad de Francia. Los saberes, y no las condiciones de origen, pasaban a ser ahora el elemento central de la educación.
En otras áreas, igualmente, los cambios revolucionarios fueron muchos y muy significativos: la creación de una burocracia estatal que permitiera y fomentara la igualdad de derechos entre los ciudadanos, el ejercicio del voto y la declaración de los derechos humanos fundamentales; un sistema fiscal de contribuciones equitativas que condujo después a la creación del banco nacional de Francia; y la redimensión del poder de la Iglesia Católica, cuya influencia en la conducción de la sociedad se vio notoriamente disminuida. El mundo burgués nacía estrepitosamente, y en 1971 tenía ya su primera Constitución.
Seguid el ejemplo
A pesar de sus tropiezos y su inmensa carga de violencia posterior, los éxitos iniciales de la Revolución francesa deslumbraron y convencieron a las burguesías de los demás países europeos y de las colonias. Inspirados en ese nuevo mundo posible (y también en la Revolución Estadounidense de 1765), los criollos americanos no tardaron en alzarse en armas para cortar el lazo administrativo con la metrópoli. Otras monarquías, en cambio, captaron con antelación los vientos de cambio y dispusieron ellas mismas las bases para una modernización y liberalización del sistema político más controladas y de acuerdo a sus propios términos, lo cual a la larga les permitiría conservar sus cabezas.
La importancia histórica de estos eventos fue tal que aún se considera la Revolución francesa como el evento fundamental para entender el tránsito entre la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. Aunque a lo largo del siglo XIX Francia osciló entre sus tendencias imperiales, republicanas y monárquicas constitucionales, lo cierto es que un cambio profundo se había obrado en su sociedad y sus ecos se habían sentido en el mundo entero.
Las venideras revoluciones de 1830, 1848 y 1871 en Francia así lo demostrarían: la soberanía y la autodeterminación eran ahora propiedad indiscutible del pueblo, y no de los gobernantes que elegía. El camino hacia la democracia moderna, aunque con sus baches y sus curvas pronunciadas, se había comenzado a construir.
Referencias:
- “Ensayo” en Wikipedia.
- “Revolución Francesa” en Wikipedia.
- “La Revolución Francesa: el fin del Antiguo Régimen” en National Geographic en Español.
- “¿Qué consecuencias tuvo la Revolución Francesa?” en La Vanguardia.
- “French Revolution” en History.com.
- “French Revolution (1787-1799)” en The Encyclopaedia Britannica.
¿Qué es un ensayo?
El ensayo es un género literario cuyo texto se caracteriza por estar escrito en prosa y por abordar un tema específico libremente, echando mano a los argumentos y las apreciaciones del autor, tanto como a los recursos literarios y poéticos que permitan embellecer la obra y potenciar sus rasgos estéticos. Se considera un género nacido en el Renacimiento europeo, fruto, sobre todo, de la pluma del escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592), y que con el paso de los siglos se ha convertido en el formato más utilizado para expresar las ideas de un modo estructurado, didáctico y formal.
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