La belleza, un concepto relativo y en continua transformación
Una de las grandes preguntas de la humanidad tiene que ver con qué es exactamente la belleza. Todos podemos de un modo u otro percibirla, es cierto, pero no necesariamente del mismo modo, ni en los mismos objetos o situaciones, ni siquiera en aquellos que la tradición nos indica como bellos, tal como ocurre con el arte. Muchos la encuentran en un paisaje, en una melodía, en el cuerpo de una persona o en un momento mismo de la vida; la belleza parece estar en el ojo de quien la mira, como dice el refrán. Pero, ¿en qué consiste? ¿Qué valor tiene? ¿Y por qué cambia radicalmente con el tiempo?
La palabra “belleza”, o su raíz, “bello”, proviene del latín bellus, forma contraída de benulus, que a su vez es el diminutivo de bonus, es decir, “bueno”. Ello tiene que ver con la consideración antigua de la belleza, proveniente de la Grecia antigua, según la cual lo que es bello ha de ser también bueno y además verdadero. Así lo explica Platón en su diálogo Hipias, donde expone cinco definiciones para lo bello: lo conveniente, lo útil, lo que sirve para lo bueno, lo que tiene grata utilidad y lo que da placer a los sentidos. Esta última concepción es la más general en nuestros días.
Pero, ¿Cómo es algo bello? ¿Qué rasgo esencial posee aquello a lo que atribuimos belleza? Eso es algo más difícil de responder. Según la consideración clásica, lo bello tiene que ver con la disposición de las partes del todo, es decir, con la proporción, la coherencia, la armonía y la simetría, entre otras nociones similares. Según la Metafísica de Aristóteles, las formas superiores de lo bello son el orden (taxis), la simetría (diathesis) y la distribución (oeconomia), propiedades que podían medirse y demostrarse matemáticamente. De allí que muchos filósofos y matemáticos buscaran durante todas sus vidas la supuesta fórmula de la belleza, es decir, el cálculo matemático de la perfección.
Sin embargo, estas consideraciones, tan occidentales, no eran compartidas en la misma época por las culturas orientales, cosa que se puede evidenciar simplemente al contrastar el arte grecorromano con el proveniente de Asia o con el arte precolombino americano. Así, lo que era tenido por hermoso en un lugar no lo era en otro; cosa que también ocurre respecto del paso del tiempo: el canon de belleza clásico no fue el mismo que imperó durante las eras medievales, en las que se consideró, según Santo Tomás de Aquino, lo bello como aquello “que complace a la vista” (quae vista placet).
Visto así, uno podría pensar que la belleza entonces no se encuentra en las dimensiones del objeto observado, sino en las consideraciones mentales, emocionales o culturales del sujeto que lo observa. Solo de ese modo se explica que un mismo objeto pueda ser hermoso en una cultura y desagradable en otra, o en una época y la siguiente. Los ejemplos abundan, pero tal vez ninguno sea tan evidente como el caso del arte abstracto: un cuadro del pintor estadounidense Jackson Pollock puede resultar muy agradable a la vista para quienes hoy apreciamos su aparente caoticidad y sus trazos ágiles, pero durante el Renacimiento hubiera sido impensable y posiblemente considerado como un lienzo desperdiciado.
Nace así un debate central en la consideración filosófica de la belleza: ¿se trata de una propiedad de los objetos o más bien de una mirada del espectador? A quienes defienden la primera postura se les conoce como objetivistas y a quienes defienden la segunda, como subjetivistas.
Ambas posturas tienen puntos a favor: es cierto que algunas texturas, algunos sabores, algunas sensaciones y algunos sonidos tienden a ser universalmente apreciables por el ser humano, aunque su interpretación pueda variar en una inmensa medida conforme a sus valores culturales, sociales y religiosos; y también es cierto que la noción misma de belleza responde a un desarrollo cultural particular y a una forma enseñada y aprendida de percibirla: un rol que cumplen, por ejemplo, los museos.
No existe un acuerdo definitivo respecto de qué cosa es la belleza y dónde se encuentra. Pero sí sabemos, en todo caso, que existe y que forma parte de los valores propios de la humanidad (ningún animal, que sepamos, produce arte o manifiesta su disfrute de lo bello), pues bajo la etiqueta de lo “bello” somos capaces de conectar con un sentido de asombro sincero, una fascinación reflexiva y un placer de existir que, a menudo, se resisten a las palabras y tienen que ser experimentados en persona. En conclusión: puede que la belleza sea un concepto relativo, pero la experiencia de lo bello es una realidad innegable.
Referencias:
- “Ensayo” en Wikipedia.
- “Belleza” en Wikipedia.
- “Belleza” en Arquepoética de Universidad Autónoma Metropolitana (México).
- “¿Qué es la belleza?” (video) en Educatina.
- “Beauty” en Stanford Encyclopedia of Philosophy.
¿Qué es un ensayo?
El ensayo es un género literario cuyo texto se caracteriza por estar escrito en prosa y por abordar un tema específico libremente, echando mano a los argumentos y las apreciaciones del autor, tanto como a los recursos literarios y poéticos que permitan embellecer la obra y potenciar sus rasgos estéticos. Se considera un género nacido en el Renacimiento europeo, fruto, sobre todo, de la pluma del escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592), y que con el paso de los siglos se ha convertido en el formato más utilizado para expresar las ideas de un modo estructurado, didáctico y formal.
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