¿Cómo ser feminista en el siglo XXI? Una aproximación 2.0 a una militancia eternamente vigente
Entre los muchos temas de tipo social que a comienzos del siglo XXI se abrieron paso en el llamado mundo 2.0, es decir, en las redes sociales y otros espacios de formación de opiniones, figura el feminismo, tanto para su beneficio como para su detrimento.
En primer lugar, porque la potencia comunicativa de las redes sociales y otros ámbitos masivos desarrollados a partir de Internet no tuvo parangón alguno en la historia humana, y gracias a ello el mensaje feminista puede alcanzar hombres y mujeres de geografías, culturas, idiomas y contextos culturales muy diferentes, en lo que sin duda constituye una de las grandes virtudes de las llamadas TIC.
Pero al mismo tiempo que el feminismo pasa a ser comidilla de ámbitos populares y diversos, ocurre que se ubica a la par de discursos delirantes y pseudocientíficos, como el terraplanismo, el movimiento antivacunas y otras teorías de conspiración que pululan, desafortunadamente, en estas nuevas plazas públicas virtuales que carecen casi de toda regulación.
Y esto último empobrece cualquier intento de masificación del debate en torno al feminismo, restándole importancia al hacerlo convivir con discursos alejados de todo valor práctico y académico. ¿Cuál debería, entonces, ser una estrategia contemporánea para impulsar los debates necesarios en torno a la lucha por la igualdad de género, y al mismo tiempo extraerla de un contexto nocivo, tóxico, que acaba por banalizar y hacer irrelevantes estos debates sociales tan importantes?
La vuelta al libro
En primer lugar, o al menos esa es nuestra postura personal, conviene recordar que la lectura no es un terreno exclusivo de la red. Es paradójico que nunca antes fue tan fácil tener acceso a información de calidad, y al mismo tiempo tan difícil dar con ella en el maremagnum de la World Wide Web, que se asemeja más a una venta de garaje que a una biblioteca organizada.
Así que a veces tocará regresar al libro, electrónico o de papel, y renunciar a la comodidad de la información rápida, predigerida y segmentada, para internarse en la información lenta, exigente, aislada del resto, esa que para compartir en nuestras redes sociales debemos transcribir primero en alguna hoja de papel.
Las virtudes de la lectura analógica no son lo suficientemente promocionadas hoy en día: las propias limitaciones del libro, especialmente el de papel, que no permite la magia del copy + paste y requiere que nos olvidemos de los likes durante un rato, se hace indispensable si realmente queremos aprender sobre un tema cualquiera.
Por lo tanto, urge una estrategia de promoción de los libros de las grandes voces feministas, como Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Judith Butler, Alice Walker o Simone Veil, cuando no de autoras contemporáneas que abordan sin ambages el tema, como Margaret Atwood, Chimamanda Ngozi Adichie o Gioconda Belli. Libros, además, que el propio internet facilita a sus lectores, a través de vías legales o no tan legales, y cuya lectura por lo tanto es perfectamente posible. El feminismo se hace más real cuando estas obras circulan de mano en mano (o pantalla y pantalla), que a través de la discusión estéril y tóxica en las redes sociales.
La organización popular
El término “organización popular”, que parece sacado de los manuales obreros del siglo XX, sigue plenamente vigente, incluso en el mundo digitalizado de hoy. Organizarse no solo significa construir espacios para el debate y el apoyo mutuo que estén al margen de intromisiones indeseadas (como foros, portales por suscripción o listas de correo), sino también el fomento del diálogo, la (auto)crítica y el debate franco.
En esto último, el feminismo contemporáneo debe evadir las tentaciones totalitarias y aprender la más valiosa lección del siglo XX: que las fronteras entre los movimientos sociales son, generalmente, porosas, y que resulta imposible entender el punto desde el que habla un individuo sin considerar, no solamente su género, sino también su clase, su religión, su geografía. Un feminismo en la era global no puede ser un feminismo de exclusiva impronta blanca y occidental. Por el contrario, deberá ser un feminismo dinámico, diverso, a la altura de los retos de un mundo desigual, pero interconectado.
Crear, improvisar
Por último, debemos recordar que si bien el feminismo posee una tradición que data, como mínimo, del siglo XVIII, se trata de algo que más allá de una militancia: el feminismo es una forma de creación, un esquema de pensamiento que permite abordar nuevos debates, nuevos problemas, nuevas interrogantes que nunca antes en la historia se habían asomado. Es por ello que el feminismo debe ser creativo, también, y no debe tener miedo a la improvisación, aunque debe alejarse de la ingenuidad y el jacobinismo. Si el problema tuviera una sencilla solución, ya no sería un problema.
Referencias:
- “Ensayo” en Wikipedia.
- “Feminismo” en Wikipedia.
- “¿Qué significa el feminismo? sus luchas históricas y aún vigentes” en la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM).
- “Razones por las que el mundo necesita el feminismo” en Amnistía Internacional.
- “Definir el feminismo: un análisis histórico comparativo” en la Universidad de La Plata (Argentina).
¿Qué es un ensayo?
El ensayo es un género literario cuyo texto se caracteriza por estar escrito en prosa y por abordar un tema específico libremente, echando mano a los argumentos y las apreciaciones del autor, tanto como a los recursos literarios y poéticos que permitan embellecer la obra y potenciar sus rasgos estéticos. Se considera un género nacido en el Renacimiento europeo, fruto, sobre todo, de la pluma del escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592), y que con el paso de los siglos se ha convertido en el formato más utilizado para expresar las ideas de un modo estructurado, didáctico y formal.
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