El género lírico es uno de los grupos en que se ha organizado históricamente la literatura, junto con el narrativo y el dramático. Reúne a los textos en los que el autor expresa sentimientos, emociones o pensamientos subjetivos y la mayoría de las obras están escritas en verso.
Su nombre remite a la antigua Grecia, donde las narraciones en verso eran cantadas ante un público y se acompañaban con la música de la lira. La forma de composición más común es el poema.
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Características del género lírico
Las obras del género lírico:
- Están escritas en verso o prosa poética.
- Utilizan figuras poéticas para expresar emociones o sentimientos.
- Hacen énfasis en la función poética del lenguaje, por lo que la forma tiene un lugar privilegiado.
- Se enfocan en las emociones, sensaciones y sentimientos del yo poético.
Subgéneros de la lírica
Los escritos en verso pueden, a su vez, clasificarse dentro de dos grandes grupos. Según la extensión de sus estrofas, pueden pertenecer a los géneros mayores o a los géneros menores.
Géneros mayores de la lírica
- Canción. Es un tipo de composición en verso que requiere acompañamiento musical, surgido en la Edad Media. Existen versiones grupales, como el coro, la orquesta y la ópera. Está formada por estrofas de número variable (llamadas estancias), con versos de entre nueve y catorce sílabas.
- Himno. Vinculado con la canción, es una forma poética cantada, en la que se expresan sentimientos de alegría y celebración. Puede estar dedicado a dioses, santos, héroes o personajes célebres. Está compuesto por una serie de estrofas de igual cantidad de versos en las que se intercala un estribillo. También puede tener un tono patriótico y celebrar la unión de un grupo humano.
- Oda. Es un poema reflexivo, escrito para ser cantado, en el que se describen o analizan diversos temas sobre los que el poeta expone su pensamiento. De acuerdo a su temática puede ser filosófica, sagrada, heroica y erótica o amorosa. También puede hacer alabanzas a ciertas cualidades de una persona u objetos preciados para su autor. En la antigüedad, podía ser cantada por un coro o por una sola persona. Suele estar dividida en estrofas.
- Elegía. Es una composición en la que el poeta expresa dolor por la pérdida o separación de alguien o de algo de gran valor sentimental: la ilusión, la vida, un sentimiento, entre otras. También puede expresar la tristeza colectiva que siente el pueblo ante una desgracia nacional. En la Antigüedad consistía en un poema con estrofas de dos versos, un hexámetro y un pentámetro (dístico elegíaco), cantado por el poeta con el acompañamiento de la melodía de una flauta. En español, se perdió esta estructura al ser adaptada a las posibilidades del idioma y, en algunos casos, fue reemplazada por tercetos, aunque también se emplea el verso libre.
- Égloga. Es una composición, generalmente de tipo pastoril, que a veces toma forma de diálogo entre personajes, y desarrolla temáticas amorosas en un entorno de naturaleza idílico. En ese marco idealizado, el poeta expresa reflexiones sobre el amor acompañado por música. Su estructura clásica son treinta estrofas, denominadas estancias, de catorce versos endecasílabos o heptasílabos, con rima consonante.
- Sátira. Es una composición en prosa o verso en la que, mediante la farsa, la ironía, la parodia y la exageración entre otros recursos, el poeta expresa su indignación hacia algo o alguien. Es una crítica burlesca que puede tener intención moralizadora y pedagógica, o simplemente una finalidad lúdica. No hay una estructura regular para estas obras, que pueden variar en cantidad de versos y estrofas. En cuanto a la organización temática, algunas de ellas proponen una estructura bipartita: en la primera parte, se desarrolla la crítica burlesca hacia un vicio social o individual y, en la segunda, se recomienda la virtud opuesta.
Géneros menores
- Madrigal. Es un subgénero lírico muy popular durante el Renacimiento, que combina versos heptasílabos y endecasílabos con rima consonante. Si bien no posee una cantidad determinada de versos, suelen ser composiciones muy cortas. El poema refleja los sentimientos de amor por quien sea el objeto de deseo, y expresa la admiración de la voz poética, por la belleza y cualidades del ser amado, que considera cercanas a la perfección. Si bien no es una composición escrita para ser cantada, posee ritmo y sonoridad y, en muchos casos, se ha convertido, finalmente, en canción.
- Letrilla. Es una composición poética breve, dividida en estrofas intercaladas por un pensamiento o idea llamado estribillo, que se repite al final de todas ellas. Está compuesta tradicionalmente por versos octosílabos o hexasílabos. En sus comienzos tenía un tono ligero, burlesco, pero progresivamente se incorporaron también temas religiosos y amorosos. Fue muy popular durante el Siglo de Oro.
- Epigrama. Es una composición poética muy breve, que expresa sintéticamente una idea precisa que puede tener tono festivo o satírico. Es un poema de una sola estrofa en la que se condensa un pensamiento, por lo que el fuerte de este escrito es la agudeza del poeta para manifestarse en pocas palabras. Su objetivo es lúdico y puede utilizar un lenguaje vulgar, natural y directo.
Ejemplos del género lírico
Canciones
- Gentil señora, veo
al mover vuestros ojos dulce lumbre
que la senda del cielo me demuestra;
y, por larga costumbre,
en ellos, donde Amor solo recreo,
casi a la luz el corazón se muestra.
Esta visión a bien obrar me adiestra
y la gloria final me representa;
sola ella de la gente me desgrana.
Y nunca lengua humana
podrá contar lo que hace que yo sienta
este doble lucero
cuando invierno de escarcha el prado argenta
y cuando reverdece el campo entero,
como en el tiempo de mi afán primero.
Yo pienso: si allá arriba,
desde donde el Motor de las estrellas
mostrar quiso sus obras en la tierra,
las hay también tan bellas,
quiébrese la prisión que me cautiva
y el camino a inmortal vida me cierra.
Luego me vuelvo a mi continua guerra
dando gracias al día en que he nacido
pues tanto bien me cupo y tal provecho,
y a ella que mi pecho
alzó al amor; pues antes de escogido
me fui odioso y grave,
y desde el día aquel me he complacido
llenando de un concepto alto y suave
el pecho del que tiene ella la llave.
Jamás dicha que place
dio Amor o dio Fortuna antojadiza
a aquel que de ellos fue favorecido,
que yo por una huidiza
mirada no trocase, en la que nace
mi paz cual de raíz árbol nacido.
Oh, vosotros que habéis del cielo sido
centella en que aquel gozo más se enciende,
que dulcemente abrasa y me destruye;
como se pierde y huye
toda otra luz donde la vuestra esplende,
así al alma mía,
cuando tanta dulzura en ella prende,
todo bien, toda idea le es baldía
y solo allí con vos Amor se cría.
Cuanta dulzura en franco
pecho de amante estuvo, juntamente,
es nada comparado a lo que siento,
cuando vos suavemente
vez alguna entre el bello negro y blanco
volvéis la lumbre que da a Amor contento;
y sé que, desde el mismo nacimiento,
a mi imperfecto, a mi contraria suerte,
este remedio apercibía el cielo.
Agravio me hace el velo
y la mano que cruza, dando muerte,
entre mi bien estrecho
y los ojos, mediante los que vierte
el gran deseo que desfoga el pecho,
que, según vos variáis, es contrahecho.
Pues veo y me disgusta
que no vale mi don natural todo,
ni me hace digno del mirar que aguardo,
me esfuerzo en ser del modo
que más a la esperanza alta se ajusta,
y al gentil fuego en el que todo ardo.
Si al bien ligero y al contrario tardo,
puede hacerme el estudio que emprendiera
despreciador de cuanto el mundo ama,
quizás propicia fama
en su juicio benigno hallar pudiera,
Y alivio así es bastante,
pues no de otro lugar el alma llama,
volverse a su mirar dulce y tremante,
final consuelo del cortés amante.
Canción, delante tienes una hermana
y ya la otra llegarse aquí percibo,
de suerte que papel aún más escribo.
Francesco Petrarca
- Tres morillas me enamoran en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.
Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.
Y hallábanlas cogidas,
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas en Jaén
Axa y Fátima y Marién.
Tres moricas tan lozanas
tres moricas tan lozanas,
iban a coger manzanas a Jaén,
Axa y Fátima y Marién.
En la fuente del rosel
lavan la niña y el doncel.
En la fuente de agua clara
con sus manos lavan la cara
él a ella y ella a él,
lavan la niña y el doncel.
En la fuente del rosel,
lavan la niña y el doncel
Dentro en el vergel
moriré.
Dentro en el rosal
matarm’ han.
Yo m’iba, mi madre,
las rosas coger;
hallé mis amores
dentro en el vergel.
Dentro del rosal
matarm’ han.
Soledad tengo de ti,
tierra mía do nací.
Si muriese sin ventura,
sepúltenme en alta sierra,
porque no extrañe la tierra
mi cuerpo en la sepultura;
y en sierra de grande altura,
por ver si veré de allí
Las tierras a do nací.
Soledad tengo de ti,
oh tierra donde nací.
Anónimo (siglo XV/XVI)
- Dejar por sombra o sol jamás os veo
vuestro velo, señora,
después que sois del ansia sabedora
que aparta de mi pecho otro deseo.
Mientras llevé escondido el pensamiento
que muerte en el deseo dio a mi mente
vi de piedad teñido vuestro gesto;
mas cuando os lo mostró Amor claramente,
fue el cabello cubierto en el momento
y el mirar amoroso oculto honesto.
Lo que en vos más deseaba me es depuesto;
así me trata el velo,
que por mi muerte, ya al calor, ya al hielo
de ojos tan bellos cubre el centelleo.
Francesco Petrarca
Himnos
- «Himno en la natividad de la Virgen María»
Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.
De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
Gloria al Padre, y gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén
- «Himno a las estrellas» de Francisco de Quevedo
A vosotras, estrellas,
alza el vuelo mi pluma temerosa,
del piélago de luz ricas centellas;
lumbres que enciende triste y dolorosa
a las exequias del difunto día,
güérfana de su luz, la noche fría;
ejército de oro,
que por campañas de zafir marchando,
guardáis el trono del eterno coro
con diversas escuadras militando;
Argos divino de cristal y fuego,
por cuyos ojos vela el mundo ciego;
señas esclarecidas
que, con llama parlera y elocuente,
por el mudo silencio repartidas,
a la sombra servís de voz ardiente;
pompa que da la noche a sus vestidos,
letras de luz, misterios encendidos;
de la tiniebla triste
preciosas joyas, y del sueño helado
galas, que en competencia del sol viste;
espías del amante recatado,
fuentes de luz para animar el suelo,
flores lucientes del jardín del cielo,
vosotras, de la luna
familia relumbrante, ninfas claras,
cuyos pasos arrastran la Fortuna,
con cuyos movimientos muda caras,
árbitros de la paz y de la guerra,
que, en ausencia del sol, regís la tierra;
vosotras, de la suerte
dispensadoras, luces tutelares
que dais la vida, que acercáis la muerte,
mudando de semblante, de lugares;
llamas, que habláis con doctos movimientos,
cuyos trémulos rayos son acentos;
vosotras, que, enojadas,
a la sed de los surcos y sembrados
la bebida negáis, o ya abrasadas
dais en ceniza el pasto a los ganados,
y si miráis benignas y clementes,
el cielo es labrador para las gentes;
vosotras, cuyas leyes
guarda observante el tiempo en toda parte,
amenazas de príncipes y reyes,
si os aborta Saturno, Jove o Marte;
ya fijas vais, o ya llevéis delante
por lúbricos caminos greña errante,
si amasteis en la vida
y ya en el firmamento estáis clavadas,
pues la pena de amor nunca se olvida,
y aun suspiráis en signos transformadas,
con Amarilis, ninfa la más bella,
estrellas, ordenad que tenga estrella.
Si entre vosotras una
miró sobre su parto y nacimiento
y della se encargó desde la cuna,
dispensando su acción, su movimiento,
pedidla, estrellas, a cualquier que sea,
que la incline siquiera a que me vea.
Yo, en tanto, desatado
en humo, rico aliento de Pancaya,
haré que, peregrino y abrasado,
en busca vuestra por los aires vaya;
recataré del sol la lira mía
y empezaré a cantar muriendo el día.
Las tenebrosas aves,
que el silencio embarazan con gemido,
volando torpes y cantando graves,
más agüeros que tonos al oído,
para adular mis ansias y mis penas,
ya mis musas serán, ya mis sirenas.
- «Himno nacional de México»
Mexicanos, al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón;
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
I
Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva
De la paz el arcángel divino,
Que en el cielo tu eterno destino
Por el dedo de Dios se escribió.
Mas si osare un extraño enemigo
Profanar con su planta tu suelo,
Piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo
Un soldado en cada hijo te dio.
II
En sangrientos combates los viste
Por tu amor palpitando sus senos,
Arrostrar la metralla serenos
Y la muerte o la gloria buscar.
Si el recuerdo de antiguas hazañas
De tus hijos inflama la mente,
Los laureles del triunfo tu frente
Volverán inmortales a ornar.
III
Como al golpe del rayo la encina
Se derrumba hasta el hondo torrente,
La discordia vencida, impotente,
A los pies del arcángel cayó.
Ya no más de tus hijos la sangre
Se derrame en contienda de hermanos;
Solo encuentre el acero en tus manos
Quien tu nombre sagrado insultó.
IV
Del guerrero inmortal de Zempoala
Te defiende la espada terrible,
Y sostiene su brazo invencible
Tu sagrado pendón tricolor.
Él será del feliz mexicano
En la paz y en la guerra el caudillo,
Porque él supo sus armas de brillo
Circundar en los campos de honor.
V
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
De la patria manchar los blasones!,
¡Guerra, guerra! los patrios pendones
En las olas de sangre empapad.
¡Guerra, guerra! en el monte, en el valle,
Los cañones horrísonos truenen
Y los ecos sonoros resuenen
Con las voces de ¡Unión! ¡Libertad!
VI
Antes, Patria, que inermes tus hijos
Bajo el yugo su cuello dobleguen,
Tus campiñas con sangre se rieguen,
Sobre sangre se estampe su pie.
Y tus templos, palacios y torres
Se derrumben con hórrido estruendo,
Y sus ruinas existan diciendo:
De mil héroes la patria aquí fue.
VII
Si a la lid contra hueste enemiga
Nos convoca la trompa guerrera,
De Iturbide la sacra bandera
¡Mexicanos! valientes seguid.
Y a los fieros bridones les sirvan
Las vencidas enseñas de alfombra;
Los laureles del triunfo den sombra
A la frente del bravo adalid.
VIII
Vuelva altivo a los patrios hogares
El guerrero a contar su victoria,
Ostentando las palmas de gloria
Que supiera en la lid conquistar.
Tornaránse sus lauros sangrientos
En guirnaldas de mirtos y rosas,
Que el amor de las hijas y esposas
También sabe a los bravos premiar.
IX
Y el que al golpe de ardiente metralla
De la Patria en las aras sucumba,
Obtendrá en recompensa una tumba
Donde brille de gloria la luz.
Y de Iguala la enseña querida
A su espada sangrienta enlazada,
De laurel inmortal coronada
Formará de su fosa la cruz.
X
¡Patria! ¡Patria! tus hijos te juran
Exhalar en tus aras su aliento,
Si el clarín con su bélico acento
Los convoca a lidiar con valor.
¡Para ti las guirnaldas de oliva!
¡Un recuerdo para ellos de gloria!
¡Un laurel para ti de victoria!
¡Un sepulcro para ellos de honor!
Odas
- «Oda a la flor de Gnido» de Garcilaso de la Vega
«Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento;
y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese,
no pienses que cantado
sería de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido;
ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;
mas solamente aquella
fuerza de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada:
y cómo por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.»
- «Oda a la alegría» de Pablo Neruda
ALEGRÍA
hoja verde
caída en la ventana,
minúscula
claridad
recién nacida,
elefante sonoro,
deslumbrante
moneda,
a veces
ráfaga quebradiza,
pero
más bien
pan permanente,
esperanza cumplida,
deber desarrollado.
Te desdeñé, alegría.
Fui mal aconsejado.
La luna
me llevó por sus caminos.
Los antiguos poetas
me prestaron anteojos
y junto a cada cosa
un nimbo oscuro
puse,
sobre la flor una corona negra,
sobre la boca amada
un triste beso.
Aún es temprano.
Déjame arrepentirme.
Pensé que solamente
si quemaba
mi corazón
la zarza del tormento,
si mojaba la lluvia
mi vestido
en la comarca cárdena del luto,
si cerraba
los ojos a la rosa
y tocaba la herida,
si compartía todos los dolores,
yo ayudaba a los hombres.
No fui justo.
Equivoqué mis pasos
y hoy te llamo, alegría.
Como la tierra
eres
necesaria.
Como el fuego
sustentas
los hogares.
Como el pan
eres pura.
Como el agua de un río
eres sonora.
Como una abeja
repartes miel volando.
Alegría,
fui un joven taciturno,
hallé tu cabellera
escandalosa.
No era verdad, lo supe
cuando en mi pecho
desató su cascada.
Hoy, alegría,
encontrada en la calle,
lejos de todo libro,
acompáñame:
contigo
quiero ir de casa en casa,
quiero ir de pueblo en pueblo,
de bandera en bandera.
No eres para mí solo.
A las islas iremos,
a los mares.
A las minas iremos,
a los bosques.
No sólo leñadores solitarios,
pobres lavanderas
o erizados, augustos
picapedreros,
me van a recibir con tus racimos,
sino los congregados,
los reunidos,
los sindicatos de mar o madera,
los valientes muchachos
en su lucha.
Contigo por el mundo!
Con mi canto!
Con el vuelo entreabierto
de la estrella,
y con el regocijo
de la espuma!
Voy a cumplir con todos
porque debo
a todos mi alegría.
No se sorprenda nadie porque quiero
entregar a los hombres
los dones de la tierra,
porque aprendí luchando
que es mi deber terrestre
propagar la alegría.
Y cumplo mi destino con mi canto.
- Traducción de la «Oda I de Anacreonte» por Nicasio Álvarez de Cienfuegos
Loar quisiera a Cadmo,
cantar quisiera a Atridas;
mas sólo amores suenan
las cuerdas de mi lira.
Otra me dad, y cante
de Alcides las fatigas;
pero también responde
amor, amor, la lira.
Héroes, adiós; es fuerza
que un vale eterno os diga.
¿Qué puedo hacer, si amores
canta, y no más, mi lira?
Elegías
- «En la muerte de un hijo» de Miguel de Unamuno
Abrázame, mi bien, se nos ha muerto
el fruto del amor;
abrázame, el deseo está a cubierto
en surco de dolor.
Sobre la huesa de ese bien perdido,
que se fue a todo ir,
la cuna rodará del bien nacido,
del que está por venir.
- «Elegía ininterrumpida» de Octavio Paz
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse…
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene…
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
«saluda al sol, araña, no seas rencorosa…»
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.
- «Elegía del recuerdo imposible» de Jorge Luis Borges
Qué no daría yo por la memoria
de una calle de tierra con tapias bajas
y de un alto jinete llenando el alba
(largo y raído el poncho)
en uno de los días de la llanura,
en un día sin fecha.
Qué no daría yo por la memoria
de mi madre mirando la mañana
en la estancia de Santa Irene,
sin saber que su nombre iba a ser Borges.
Qué no daría yo por la memoria
de haber combatido en Cepeda
y de haber visto a Estanislao del Campo
saludando la primer bala
con la alegría del coraje.
Qué no daría yo por la memoria
de un portón de quinta secreta
que mi padre empujaba cada noche
antes de perderse en el sueño
y que empujó por última vez
el 14 de febrero del 38.
Qué no daría yo por la memoria
de las barcas de Hengist,
zarpando de la arena de Dinamarca
para debelar una isla
que aún no era Inglaterra.
Qué no daría yo por la memoria
(la tuve y la he perdido)
de una tela de oro de Turner,
vasta como la música.
Qué no daría yo por la memoria
de haber oído a Sócrates
que, en la tarde la cicuta,
examinó serenamente el problema
de la inmortalidad,
alternando los mitos y las razones
mientras la muerte azul iba subiendo
desde los pies ya fríos.
Qué no daría yo por la memoria
de que me hubieras dicho que me querías
y de no haber dormido hasta la aurora,
desgarrado y feliz.
Églogas
- «Égloga 2» (fragmento) de Garcilaso de la Vega
Personas: Albanio, Camila y Salicio, Nemeroso
En medio del invierno está templada
el agua dulce desta clara fuente,
y en el verano más que nieve helada.
¡Oh claras ondas, cómo veo presente,
en viéndoos, la memoria d’aquel día
de que el alma temblar y arder se siente!
En vuestra claridad vi mi alegría
escurecerse toda y enturbiarse;
cuando os cobré, perdí mi compañía.
¿A quién pudiera igual tormento darse,
que con lo que descansa otro afligido
venga mi corazón a atormentarse?
El dulce murmurar deste rüido,
el mover de los árboles al viento,
el suave olor del prado florecido
podrian tornar d’enfermo y descontento
cualquier pastor del mundo alegre y sano;
yo solo en tanto bien morir me siento.
¡Oh hermosura sobre’l ser humano,
oh claros ojos, oh cabellos d’oro,
oh cuello de marfil, oh blanca mano!,
¿cómo puede ora ser qu’en triste lloro
se convertiese tan alegre vida
y en tal pobreza todo mi tesoro?
Quiero mudar lugar y a la partida
quizá me dejará parte del daño
que tiene el alma casi consumida.
¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño
es darme yo a entender que con partirme,
de mí s’ha de partir un mal tamaño!
¡Ay miembros fatigados, y cuán firme
es el dolor que os cansa y enflaquece!
¡Oh, si pudiese un rato aquí adormirme!
Al que, velando, el bien nunca s’ofrece,
quizá qu’el sueño le dará, dormiendo,
algún placer que presto desparece;
en tus manos ¡oh sueño! m’encomiendo.
- «Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio» (fragmento), de Juan del Enzina
FILENO
Ya pues consiente mi mala ventura
que mis males vayan sin cabo ni medio,
y quanto más pienso en darles remedio
entonces se abiva muy más la tristura;
buscar me conviene agena cordura
con que mitigue la pena que siento.
Provado he las fuerças de mi pensamiento,
mas no pueden darme vida segura.
(Prosigue.)
Ya no sé qué haga, ni sé qué me diga,
Zambardo, si tú remedio no pones.
Tanto m’acossan mis fieras passiones,
verás de mí mesmo mi vida enemiga.
Sé que en ti solo tal gracia se abriga
que puedes a vida tornar lo que es muerto,
sé que tú eres muy seguro puerto
do mi pensamiento sus áncoras liga.
- «Égloga de Breno y otros tres pastores» (fragmento) de Pedro de Salazar
[BRENO] Gentes, aves, animales,
sierras, bosques, venid a ver
mis cordojos desiguales
que más que tenellos tales
me valiera no nascer,
porque siento
una fuerça de tormento
denodado
tan terrible que han quebrado
todas las del sufrimiento.
Ya no quiero más ganado,
pues la confiança dél
me metió en ser namorado
e hame amor tan mal tractado
que aborrezco a mí e a él,
e pues cresce
mi desseo e no meresce
galardón,
me aborrezca con razón,
pues quien ama lo aborrece.
Pues no puedo comportar
esta pena de que muero
y m’es foçado apartar,
un fuego quiero aliñar
en que se queme mi apero
que quien puso
amor do amor no tiene uso,
razón es
que ame y prueve después
quedo, de todo confuso.
Vos, cayado, que sufristes
mis trabajos que con ellos
a mi cuerpo sostuvistes,
pagaréis lo que servistes
como son pagados ellos:
condenado
sois, cayado, a ser quemado
en sacreficio,
que assí está por buen servicio
mi coraçón abrasado.
Vos, çurrón, do está el caudal
del pobre mantenimiento,
por galardón principal
os dexara el fuego tal
que os pueda levar el viento;
e pensad
que, pues queman sin piedad
mis entrañas,
que con tan sobradas sañas
no es mucho usar crueldad.
Vos, pedrenal
y eslavón,
que hazéis saltar centellas,
pues que vuestras hijas son,
n’os hago gran sinrazón
de acompañaros con ellas;
y arderéis
vos, yesca, que parescéis
a mis mañas,
que enciende amor mis entrañas
como vos os encendéis.
Vos, azeite, que curastes
la roña de mi ganado,
pues a mí no aprovechastes
e llagado me dexastes,
feneceréis derramado;
vos, gaván,
n’os cumple tener affán
de cobrirme,
que nunca mi fuego firme
las lluvias lo matarán.
Vos, fonda, que me escusastes
de correr tras el ganado
con las piedras que tirastes,
que mil vezes lo tornastes
de do s’iva desmandando,
seréis hecha
ceniza como la frecha
que a mí echo,
que me encendió por el pecho
do ninguna agua aprovecha.
No tengo más que despida,
sin ninguna cosa quedo,
sino esta ánima aflegida
que sería bien que fuesse ida
e despedilla no puedo;
mas si muero,
no veré la que bien quiero,
que es peor,
mas bivir con tal dolor
dolo a fuego, no lo quiero.
Quiero me matar y avrá
quiçá compassión de mí
de que mi muerte sabrá,
no ha poder que no dirá
¡o desdichado de ti!
Sátiras
- «Adicciones» de Gregorio de Matos
Yo soy el que los últimos años
Canté en mi lira maldiciente
Vergüenza brasileña, vicios y errores.
Y los decepcioné mucho
Canto por segunda vez en la misma lira
El mismo tema en una plétora diferente.
Ya siento que me enciende y me inspira
Talía, que ángel es mi guardián
Des que Apolo envió que me había ayudado.
Arda Baiona, y el mundo entero arde,
Que quien de profesión carece de verdad
Nunca llega tarde la dominga de las verdades.
No hay tiempo excepto el cristianismo
Al pobre receptor del Parnassus
Para hablar de tu libertad
La narración debe coincidir con el caso,
Y si tal vez el caso no coincide,
No tengo a Pegaso como poeta.
¿De qué sirve callar a los que callan?
¿Nunca dices lo que sientes?
Siempre sentirás lo que dices.
¿Qué hombre puede ser tan paciente?
Que, viendo el triste estado de Bahía,
¿No llores, no suspires y no te arrepientas?
Esto hace que la discreta fantasía:
Tiene lugar en uno y otro desconcierto,
Condena el robo, inculpa la hipocresía.
El tonto, el ignorante, el inexperto,
Que no elija el bien o el mal,
Todo pasa deslumbrado e incierto.
Y cuando veas tal vez en la dulce oscuridad
Alabado el bien y el mal vituperado,
Hace que todo muera, y nada aprueba.
Dice cautela y descansa:
– Fulano de tal es un satírico, está loco,
Con mala lengua, mal corazón.
Tonto, si entiendes algo o nada,
Como burla con risa y alboroto
Musas, ¿qué es lo que más aprecio cuando las invoco?
Si supieras hablar, también hablarías,
También satirizarías, si supieras,
Y si fueras poeta, serías poeta.
La ignorancia de los hombres de estas edades
Sisudos hace prudentes a unos, a otros,
Esa tontería canoniza a las fieras.
Los hay buenos, porque no pueden ser insolentes,
Otros tienen miedo al miedo,
No muerden a los demás, porque no tienen dientes.
Cuantos hay que los techos tienen cristal,
y deja de tirar tu piedra,
¿De tu misma teja asustada?
Se nos ha dado una naturaleza;
Dios no creó los diversos naturales;
Solo un Adán creó, y esto no fue nada.
Todos somos malos, todos somos malvados
Solo el vicio y la virtud los distinguen,
De los cuales algunos son comensales, otros adversos.
Quien lo tenga, de lo que yo podría tener
Este solo me censura, este me nota,
Cállate, chitom, y mantente saludable.
- «A una nariz» de Francisco de Quevedo
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
una alquitara pensativa,
elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz,
nariz tan fiera que en la cara de Anas fuera delito.
- Luis de Góngora
De las ya fiestas reales
sastre, y no poeta seas,
si a octavas, como a libreas,
introduces oficiales.
De ajenas plumas te vales.
Corneja desmentirás
la que adelante y atrás,
gémina concha, tuviste.
Galápago siempre fuiste,
y galápago serás.
Madrigales
- Amado Nervo
Por tus ojos verdes yo me perdería,
sirena de aquellas que Ulises, sagaz,
amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería.
Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
brillar suele, a veces, la melancolía;
por tus ojos verdes tan llenos de paz,
misteriosos como la esperanza mía;
por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
yo me salvaría.
- Francisco de Quevedo
Está el ave en el aire con sosiego,
en el agua el pez, la salamandra en fuego
y el hombre, en cuyo ser todo se encierra,
está en sombra en la tierra.
Yo sólo, que nací para tormentos,
estoy en todos estos elementos:
la boca tengo en aire suspirando,
el cuerpo en tierra está peregrinando,
los ojos tengo en agua noche y día
y en fuego el corazón y el alma mía.
- Gutierre de Cetina
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!,
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.
Letrillas
- «Poderoso caballero es Don Dinero» de Francisco de Quevedo
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
anda continuo amarillo,
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
Es Don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
- Luis de Góngora
Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente.
- Luis de Góngora
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
La aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera si no
me la prestara la Luna:
pues de vosotras ninguna
deja de acabar así,
aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él:
efímeras del vergel,
yo cárdena, él carmesí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
Epigramas
- Juan de Iriarte
El señor don Juan de Robres,
con caridad sin igual,
hizo este santo hospital…
y también hizo los pobres.
- Salvador Novo
Tuvo suerte Margarita
como persona interpósita,
pues Juárez la encontró expósita
pero la volvió esposita.
- Marco Valerio Marcial (siglo I)
Preguntas qué me da mi parcela en una tierra tan distante de Roma.
Da una cosecha que no tiene precio:
el placer de no verte
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