25 Ejemplos de
Género lírico

El género lírico es uno de los grupos en que se ha organizado históricamente la literatura, junto con el narrativo y el dramático. Reúne a los textos en los que el autor expresa sentimientos, emociones o pensamientos subjetivos y la mayoría de las obras están escritas en verso.

Su nombre remite a la antigua Grecia, donde las narraciones en verso eran cantadas ante un público y se acompañaban con la música de la lira. La forma de composición más común es el poema.

Características del género lírico

Las obras del género lírico:

  • Están escritas en verso o prosa poética.
  • Utilizan figuras poéticas para expresar emociones o sentimientos.
  • Hacen énfasis en la función poética del lenguaje, por lo que la forma tiene un lugar privilegiado.
  • Se enfocan en las emociones, sensaciones y sentimientos del yo poético.

Subgéneros de la lírica

Los escritos en verso pueden, a su vez, clasificarse dentro de dos grandes grupos. Según la extensión de sus estrofas, pueden pertenecer a los géneros mayores o a los géneros menores.

Géneros mayores de la lírica

  • Canción. Es un tipo de composición en verso que requiere acompañamiento musical, surgido en la Edad Media. Existen versiones grupales, como el coro, la orquesta y la ópera. Está formada por estrofas de número variable (llamadas estancias), con versos de entre nueve y catorce sílabas.
  • Himno. Vinculado con la canción, es una forma poética cantada, en la que se expresan sentimientos de alegría y celebración. Puede estar dedicado a dioses, santos, héroes o personajes célebres. Está compuesto por una serie de estrofas de igual cantidad de versos en las que se intercala un estribillo. También puede tener un tono patriótico y celebrar la unión de un grupo humano.
  • Oda. Es un poema reflexivo, escrito para ser cantado, en el que se describen o analizan diversos temas sobre los que el poeta expone su pensamiento. De acuerdo a su temática puede ser filosófica, sagrada, heroica y erótica o amorosa. También puede hacer alabanzas a ciertas cualidades de una persona u objetos preciados para su autor. En la antigüedad, podía ser cantada por un coro o por una sola persona. Suele estar dividida en estrofas.
  • Elegía. Es una composición en la que el poeta expresa dolor por la pérdida o separación de alguien o de algo de gran valor sentimental: la ilusión, la vida, un sentimiento, entre otras. También puede expresar la tristeza colectiva que siente el pueblo ante una desgracia nacional. En la Antigüedad consistía en un poema con estrofas de dos versos, un hexámetro y un pentámetro (dístico elegíaco), cantado por el poeta con el acompañamiento de la melodía de una flauta. En español, se perdió esta estructura al ser adaptada a las posibilidades del idioma y, en algunos casos, fue reemplazada por tercetos, aunque también se emplea el verso libre.
  • Égloga. Es una composición, generalmente de tipo pastoril, que a veces toma forma de diálogo entre personajes, y desarrolla temáticas amorosas en un entorno de naturaleza idílico. En ese marco idealizado, el poeta expresa reflexiones sobre el amor acompañado por música. Su estructura clásica son treinta estrofas, denominadas estancias, de catorce versos endecasílabos o heptasílabos, con rima consonante.
  • Sátira. Es una composición en prosa o verso en la que, mediante la farsa, la ironía, la parodia y la exageración entre otros recursos, el poeta expresa su indignación hacia algo o alguien. Es una crítica burlesca que puede tener intención moralizadora y pedagógica, o simplemente una finalidad lúdica. No hay una estructura regular para estas obras, que pueden variar en cantidad de versos y estrofas. En cuanto a la organización temática, algunas de ellas proponen una estructura bipartita: en la primera parte, se desarrolla la crítica burlesca hacia un vicio social o individual y, en la segunda, se recomienda la virtud opuesta.

Géneros menores

  • Madrigal. Es un subgénero lírico muy popular durante el Renacimiento, que combina versos heptasílabos y endecasílabos con rima consonante. Si bien no posee una cantidad determinada de versos, suelen ser composiciones muy cortas. El poema refleja los sentimientos de amor por quien sea el objeto de deseo, y expresa la admiración de la voz poética, por la belleza y cualidades del ser amado, que considera cercanas a la perfección. Si bien no es una composición escrita para ser cantada, posee ritmo y sonoridad y, en muchos casos, se ha convertido, finalmente, en canción.
  • Letrilla. Es una composición poética breve, dividida en estrofas intercaladas por un pensamiento o idea llamado estribillo, que se repite al final de todas ellas. Está compuesta tradicionalmente por versos octosílabos o hexasílabos. En sus comienzos tenía un tono ligero, burlesco, pero progresivamente se incorporaron también temas religiosos y amorosos. Fue muy popular durante el Siglo de Oro.
  • Epigrama. Es una composición poética muy breve, que expresa sintéticamente una idea precisa que puede tener tono festivo o satírico. Es un poema de una sola estrofa en la que se condensa un pensamiento, por lo que el fuerte de este escrito es la agudeza del poeta para manifestarse en pocas palabras. Su objetivo es lúdico y puede utilizar un lenguaje vulgar, natural y directo.

Ejemplos del género lírico

Canciones

  1. Gentil señora, veo
    al mover vuestros ojos dulce lumbre
    que la senda del cielo me demuestra;
    y, por larga costumbre,
    en ellos, donde Amor solo recreo,
    casi a la luz el corazón se muestra.
    Esta visión a bien obrar me adiestra
    y la gloria final me representa;
    sola ella de la gente me desgrana.
    Y nunca lengua humana
    podrá contar lo que hace que yo sienta
    este doble lucero
    cuando invierno de escarcha el prado argenta
    y cuando reverdece el campo entero,
    como en el tiempo de mi afán primero.

    Yo pienso: si allá arriba,
    desde donde el Motor de las estrellas
    mostrar quiso sus obras en la tierra,
    las hay también tan bellas,
    quiébrese la prisión que me cautiva
    y el camino a inmortal vida me cierra.
    Luego me vuelvo a mi continua guerra
    dando gracias al día en que he nacido
    pues tanto bien me cupo y tal provecho,
    y a ella que mi pecho
    alzó al amor; pues antes de escogido
    me fui odioso y grave,
    y desde el día aquel me he complacido
    llenando de un concepto alto y suave
    el pecho del que tiene ella la llave.

    Jamás dicha que place
    dio Amor o dio Fortuna antojadiza
    a aquel que de ellos fue favorecido,
    que yo por una huidiza
    mirada no trocase, en la que nace
    mi paz cual de raíz árbol nacido.
    Oh, vosotros que habéis del cielo sido
    centella en que aquel gozo más se enciende,
    que dulcemente abrasa y me destruye;
    como se pierde y huye
    toda otra luz donde la vuestra esplende,
    así al alma mía,
    cuando tanta dulzura en ella prende,
    todo bien, toda idea le es baldía
    y solo allí con vos Amor se cría.

    Cuanta dulzura en franco
    pecho de amante estuvo, juntamente,
    es nada comparado a lo que siento,
    cuando vos suavemente
    vez alguna entre el bello negro y blanco
    volvéis la lumbre que da a Amor contento;
    y sé que, desde el mismo nacimiento,
    a mi imperfecto, a mi contraria suerte,
    este remedio apercibía el cielo.
    Agravio me hace el velo
    y la mano que cruza, dando muerte,
    entre mi bien estrecho
    y los ojos, mediante los que vierte
    el gran deseo que desfoga el pecho,
    que, según vos variáis, es contrahecho.

    Pues veo y me disgusta
    que no vale mi don natural todo,
    ni me hace digno del mirar que aguardo,
    me esfuerzo en ser del modo
    que más a la esperanza alta se ajusta,
    y al gentil fuego en el que todo ardo.
    Si al bien ligero y al contrario tardo,
    puede hacerme el estudio que emprendiera
    despreciador de cuanto el mundo ama,
    quizás propicia fama
    en su juicio benigno hallar pudiera,
    Y alivio así es bastante,
    pues no de otro lugar el alma llama,
    volverse a su mirar dulce y tremante,
    final consuelo del cortés amante.

    Canción, delante tienes una hermana
    y ya la otra llegarse aquí percibo,
    de suerte que papel aún más escribo.

    Francesco Petrarca
  1. Tres morillas me enamoran en Jaén,
    Axa y Fátima y Marién.

    Tres morillas tan garridas
    iban a coger olivas,
    y hallábanlas cogidas en Jaén,
    Axa y Fátima y Marién.

    Y hallábanlas cogidas,
    y tornaban desmaídas
    y las colores perdidas en Jaén
    Axa y Fátima y Marién.

    Tres moricas tan lozanas
    tres moricas tan lozanas,
    iban a coger manzanas a Jaén,
    Axa y Fátima y Marién.

    En la fuente del rosel
    lavan la niña y el doncel.

    En la fuente de agua clara
    con sus manos lavan la cara
    él a ella y ella a él,
    lavan la niña y el doncel.
    En la fuente del rosel,
    lavan la niña y el doncel

    Dentro en el vergel
    moriré.
    Dentro en el rosal
    matarm’ han.

    Yo m’iba, mi madre,
    las rosas coger;
    hallé mis amores
    dentro en el vergel.
    Dentro del rosal
    matarm’ han.

    Soledad tengo de ti,
    tierra mía do nací.

    Si muriese sin ventura,
    sepúltenme en alta sierra,
    porque no extrañe la tierra
    mi cuerpo en la sepultura;
    y en sierra de grande altura,
    por ver si veré de allí

    Las tierras a do nací.
    Soledad tengo de ti,
    oh tierra donde nací.

    Anónimo (siglo XV/XVI)
  1. Dejar por sombra o sol jamás os veo
    vuestro velo, señora,
    después que sois del ansia sabedora
    que aparta de mi pecho otro deseo.

    Mientras llevé escondido el pensamiento
    que muerte en el deseo dio a mi mente
    vi de piedad teñido vuestro gesto;
    mas cuando os lo mostró Amor claramente,
    fue el cabello cubierto en el momento
    y el mirar amoroso oculto honesto.

    Lo que en vos más deseaba me es depuesto;
    así me trata el velo,
    que por mi muerte, ya al calor, ya al hielo
    de ojos tan bellos cubre el centelleo.

    Francesco Petrarca

Himnos

  1. «Himno en la natividad de la Virgen María»

    Hoy nace una clara estrella,
    tan divina y celestial,
    que, con ser estrella, es tal,
    que el mismo sol nace de ella.

    De Ana y de Joaquín, oriente
    de aquella estrella divina,
    sale luz clara y digna
    de ser pura eternamente;
    el alba más clara y bella
    no le puede ser igual,
    que, con ser estrella, es tal,
    que el mismo Sol nace de ella.

    No le iguala lumbre alguna
    de cuantas bordan el cielo,
    porque es el humilde suelo
    de sus pies la blanca luna:
    nace en el suelo tan bella
    y con luz tan celestial,
    que, con ser estrella, es tal,
    que el mismo Sol nace de ella.

    Gloria al Padre, y gloria al Hijo,
    gloria al Espíritu Santo,
    por los siglos de los siglos. Amén
  1. «Himno a las estrellas» de Francisco de Quevedo
    A vosotras, estrellas,
    alza el vuelo mi pluma temerosa,
    del piélago de luz ricas centellas;
    lumbres que enciende triste y dolorosa
    a las exequias del difunto día,
    güérfana de su luz, la noche fría;

    ejército de oro,
    que por campañas de zafir marchando,
    guardáis el trono del eterno coro
    con diversas escuadras militando;
    Argos divino de cristal y fuego,
    por cuyos ojos vela el mundo ciego;

    señas esclarecidas
    que, con llama parlera y elocuente,
    por el mudo silencio repartidas,
    a la sombra servís de voz ardiente;
    pompa que da la noche a sus vestidos,
    letras de luz, misterios encendidos;

    de la tiniebla triste
    preciosas joyas, y del sueño helado
    galas, que en competencia del sol viste;
    espías del amante recatado,
    fuentes de luz para animar el suelo,
    flores lucientes del jardín del cielo,

    vosotras, de la luna
    familia relumbrante, ninfas claras,
    cuyos pasos arrastran la Fortuna,
    con cuyos movimientos muda caras,
    árbitros de la paz y de la guerra,
    que, en ausencia del sol, regís la tierra;

    vosotras, de la suerte
    dispensadoras, luces tutelares
    que dais la vida, que acercáis la muerte,
    mudando de semblante, de lugares;
    llamas, que habláis con doctos movimientos,
    cuyos trémulos rayos son acentos;

    vosotras, que, enojadas,
    a la sed de los surcos y sembrados
    la bebida negáis, o ya abrasadas
    dais en ceniza el pasto a los ganados,
    y si miráis benignas y clementes,
    el cielo es labrador para las gentes;

    vosotras, cuyas leyes
    guarda observante el tiempo en toda parte,
    amenazas de príncipes y reyes,
    si os aborta Saturno, Jove o Marte;
    ya fijas vais, o ya llevéis delante
    por lúbricos caminos greña errante,

    si amasteis en la vida
    y ya en el firmamento estáis clavadas,
    pues la pena de amor nunca se olvida,
    y aun suspiráis en signos transformadas,
    con Amarilis, ninfa la más bella,
    estrellas, ordenad que tenga estrella.

    Si entre vosotras una
    miró sobre su parto y nacimiento
    y della se encargó desde la cuna,
    dispensando su acción, su movimiento,
    pedidla, estrellas, a cualquier que sea,
    que la incline siquiera a que me vea.

    Yo, en tanto, desatado
    en humo, rico aliento de Pancaya,
    haré que, peregrino y abrasado,
    en busca vuestra por los aires vaya;
    recataré del sol la lira mía
    y empezaré a cantar muriendo el día.

    Las tenebrosas aves,
    que el silencio embarazan con gemido,
    volando torpes y cantando graves,
    más agüeros que tonos al oído,
    para adular mis ansias y mis penas,
    ya mis musas serán, ya mis sirenas.
  1. «Himno nacional de México»
    Mexicanos, al grito de guerra
    El acero aprestad y el bridón;
    Y retiemble en sus centros la tierra
    Al sonoro rugir del cañón.

    I
    Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva
    De la paz el arcángel divino,
    Que en el cielo tu eterno destino
    Por el dedo de Dios se escribió.
    Mas si osare un extraño enemigo
    Profanar con su planta tu suelo,
    Piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo
    Un soldado en cada hijo te dio.

    II
    En sangrientos combates los viste
    Por tu amor palpitando sus senos,
    Arrostrar la metralla serenos
    Y la muerte o la gloria buscar.
    Si el recuerdo de antiguas hazañas
    De tus hijos inflama la mente,
    Los laureles del triunfo tu frente
    Volverán inmortales a ornar.

    III
    Como al golpe del rayo la encina
    Se derrumba hasta el hondo torrente,
    La discordia vencida, impotente,
    A los pies del arcángel cayó.
    Ya no más de tus hijos la sangre
    Se derrame en contienda de hermanos;
    Solo encuentre el acero en tus manos
    Quien tu nombre sagrado insultó.

    IV
    Del guerrero inmortal de Zempoala
    Te defiende la espada terrible,
    Y sostiene su brazo invencible
    Tu sagrado pendón tricolor.
    Él será del feliz mexicano
    En la paz y en la guerra el caudillo,
    Porque él supo sus armas de brillo
    Circundar en los campos de honor.

    V
    ¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
    De la patria manchar los blasones!,
    ¡Guerra, guerra! los patrios pendones
    En las olas de sangre empapad.
    ¡Guerra, guerra! en el monte, en el valle,
    Los cañones horrísonos truenen
    Y los ecos sonoros resuenen
    Con las voces de ¡Unión! ¡Libertad!

    VI
    Antes, Patria, que inermes tus hijos
    Bajo el yugo su cuello dobleguen,
    Tus campiñas con sangre se rieguen,
    Sobre sangre se estampe su pie.
    Y tus templos, palacios y torres
    Se derrumben con hórrido estruendo,
    Y sus ruinas existan diciendo:
    De mil héroes la patria aquí fue.

    VII
    Si a la lid contra hueste enemiga
    Nos convoca la trompa guerrera,
    De Iturbide la sacra bandera
    ¡Mexicanos! valientes seguid.
    Y a los fieros bridones les sirvan
    Las vencidas enseñas de alfombra;
    Los laureles del triunfo den sombra
    A la frente del bravo adalid.

    VIII
    Vuelva altivo a los patrios hogares
    El guerrero a contar su victoria,
    Ostentando las palmas de gloria
    Que supiera en la lid conquistar.
    Tornaránse sus lauros sangrientos
    En guirnaldas de mirtos y rosas,
    Que el amor de las hijas y esposas
    También sabe a los bravos premiar.

    IX
    Y el que al golpe de ardiente metralla
    De la Patria en las aras sucumba,
    Obtendrá en recompensa una tumba
    Donde brille de gloria la luz.
    Y de Iguala la enseña querida
    A su espada sangrienta enlazada,
    De laurel inmortal coronada
    Formará de su fosa la cruz.

    X
    ¡Patria! ¡Patria! tus hijos te juran
    Exhalar en tus aras su aliento,
    Si el clarín con su bélico acento
    Los convoca a lidiar con valor.
    ¡Para ti las guirnaldas de oliva!
    ¡Un recuerdo para ellos de gloria!
    ¡Un laurel para ti de victoria!
    ¡Un sepulcro para ellos de honor!

Odas

  1. «Oda a la flor de Gnido» de Garcilaso de la Vega
    «Si de mi baja lira
    tanto pudiese el son que en un momento
    aplacase la ira
    del animoso viento
    y la furia del mar y el movimiento;

    y en ásperas montañas
    con el süave canto enterneciese
    las fieras alimañas,
    los árboles moviese
    y al son confusamente los trujiese,

    no pienses que cantado
    sería de mí, hermosa flor de Gnido,
    el fiero Marte airado,
    a muerte convertido,
    de polvo y sangre y de sudor teñido;

    ni aquellos capitanes
    en las sublimes ruedas colocados,
    por quien los alemanes,
    el fiero cuello atados,
    y los franceses van domesticados;

    mas solamente aquella
    fuerza de tu beldad sería cantada,
    y alguna vez con ella
    también sería notada
    el aspereza de que estás armada:

    y cómo por ti sola,
    y por tu gran valor y hermosura
    convertido en vïola,
    llora su desventura
    el miserable amante en tu figura.»
  1. «Oda a la alegría» de Pablo Neruda
    ALEGRÍA
    hoja verde
    caída en la ventana,
    minúscula
    claridad
    recién nacida,
    elefante sonoro,
    deslumbrante
    moneda,
    a veces
    ráfaga quebradiza,
    pero
    más bien
    pan permanente,
    esperanza cumplida,
    deber desarrollado.
    Te desdeñé, alegría.
    Fui mal aconsejado.
    La luna
    me llevó por sus caminos.
    Los antiguos poetas
    me prestaron anteojos
    y junto a cada cosa
    un nimbo oscuro
    puse,
    sobre la flor una corona negra,
    sobre la boca amada
    un triste beso.
    Aún es temprano.
    Déjame arrepentirme.
    Pensé que solamente
    si quemaba
    mi corazón
    la zarza del tormento,
    si mojaba la lluvia
    mi vestido
    en la comarca cárdena del luto,
    si cerraba
    los ojos a la rosa
    y tocaba la herida,
    si compartía todos los dolores,
    yo ayudaba a los hombres.
    No fui justo.
    Equivoqué mis pasos
    y hoy te llamo, alegría.

    Como la tierra
    eres
    necesaria.

    Como el fuego
    sustentas
    los hogares.

    Como el pan
    eres pura.

    Como el agua de un río
    eres sonora.

    Como una abeja
    repartes miel volando.

    Alegría,
    fui un joven taciturno,
    hallé tu cabellera
    escandalosa.

    No era verdad, lo supe
    cuando en mi pecho
    desató su cascada.

    Hoy, alegría,
    encontrada en la calle,
    lejos de todo libro,
    acompáñame:

    contigo
    quiero ir de casa en casa,
    quiero ir de pueblo en pueblo,
    de bandera en bandera.
    No eres para mí solo.
    A las islas iremos,
    a los mares.
    A las minas iremos,
    a los bosques.
    No sólo leñadores solitarios,
    pobres lavanderas
    o erizados, augustos
    picapedreros,
    me van a recibir con tus racimos,
    sino los congregados,
    los reunidos,
    los sindicatos de mar o madera,
    los valientes muchachos
    en su lucha.

    Contigo por el mundo!
    Con mi canto!
    Con el vuelo entreabierto
    de la estrella,
    y con el regocijo
    de la espuma!

    Voy a cumplir con todos
    porque debo
    a todos mi alegría.

    No se sorprenda nadie porque quiero
    entregar a los hombres
    los dones de la tierra,
    porque aprendí luchando
    que es mi deber terrestre
    propagar la alegría.
    Y cumplo mi destino con mi canto.
  1. Traducción de la «Oda I de Anacreonte» por Nicasio Álvarez de Cienfuegos
    Loar quisiera a Cadmo,
    cantar quisiera a Atridas;
    mas sólo amores suenan
    las cuerdas de mi lira.
    Otra me dad, y cante
    de Alcides las fatigas;
    pero también responde
    amor, amor, la lira.
    Héroes, adiós; es fuerza
    que un vale eterno os diga.
    ¿Qué puedo hacer, si amores
    canta, y no más, mi lira?

Elegías

  1. «En la muerte de un hijo» de Miguel de Unamuno
    Abrázame, mi bien, se nos ha muerto
    el fruto del amor;
    abrázame, el deseo está a cubierto
    en surco de dolor.

    Sobre la huesa de ese bien perdido,
    que se fue a todo ir,
    la cuna rodará del bien nacido,
    del que está por venir.
  1. «Elegía ininterrumpida» de Octavio Paz
    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    Al primer muerto nunca lo olvidamos,
    aunque muera de rayo, tan aprisa
    que no alcance la cama ni los óleos.
    Oigo el bastón que duda en un peldaño,
    el cuerpo que se afianza en un suspiro,
    la puerta que se abre, el muerto que entra.
    De una puerta a morir hay poco espacio
    y apenas queda tiempo de sentarse,
    alzar la cara, ver la hora
    y enterarse: las ocho y cuarto.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    La que murió noche tras noche
    y era una larga despedida,
    un tren que nunca parte, su agonía.
    Codicia de la boca
    al hilo de un suspiro suspendida,
    ojos que no se cierran y hacen señas
    y vagan de la lámpara a mis ojos,
    fija mirada que se abraza a otra,
    ajena, que se asfixia en el abrazo
    y al fin se escapa y ve desde la orilla
    cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
    y no encuentra unos ojos a que asirse…
    ¿Y me invitó a morir esa mirada?
    Quizá morimos sólo porque nadie
    quiere morirse con nosotros, nadie
    quiere mirarnos a los ojos.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    Al que se fue por unas horas
    y nadie sabe en qué silencio entró.
    De sobremesa, cada noche,
    la pausa sin color que da al vacío
    o la frase sin fin que cuelga a medias
    del hilo de la araña del silencio
    abren un corredor para el que vuelve:
    suenan sus pasos, sube, se detiene…
    Y alguien entre nosotros se levanta
    y cierra bien la puerta.
    Pero él, allá del otro lado, insiste.
    Acecha en cada hueco, en los repliegues,
    vaga entre los bostezos, las afueras.
    Aunque cerremos puertas, él insiste.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    Rostros perdidos en mi frente, rostros
    sin ojos, ojos fijos, vaciados,
    ¿busco en ellos acaso mi secreto,
    el dios de sangre que mi sangre mueve,
    el dios de yelo, el dios que me devora?
    Su silencio es espejo de mi vida,
    en mi vida su muerte se prolonga:
    soy el error final de sus errores.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    El pensamiento disipado, el acto
    disipado, los nombres esparcidos
    (lagunas, zonas nulas, hoyos
    que escarba terca la memoria),
    la dispersión de los encuentros,
    el yo, su guiño abstracto, compartido
    siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
    el deseo y sus máscaras, la víbora
    enterrada, las lentas erosiones,
    la espera, el miedo, el acto
    y su reverso: en mí se obstinan,
    piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
    beber el agua que les fue negada.
    Pero no hay agua ya, todo está seco,
    no sabe el pan, la fruta amarga,
    amor domesticado, masticado,
    en jaulas de barrotes invisibles
    mono onanista y perra amaestrada,
    lo que devoras te devora,
    tu víctima también es tu verdugo.
    Montón de días muertos, arrugados
    periódicos, y noches descorchadas
    y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
    «saluda al sol, araña, no seas rencorosa…»

    Es un desierto circular el mundo,
    el cielo está cerrado y el infierno vacío.
  1. «Elegía del recuerdo imposible» de Jorge Luis Borges

    Qué no daría yo por la memoria
    de una calle de tierra con tapias bajas
    y de un alto jinete llenando el alba
    (largo y raído el poncho)
    en uno de los días de la llanura,
    en un día sin fecha.
    Qué no daría yo por la memoria
    de mi madre mirando la mañana
    en la estancia de Santa Irene,
    sin saber que su nombre iba a ser Borges.
    Qué no daría yo por la memoria
    de haber combatido en Cepeda
    y de haber visto a Estanislao del Campo
    saludando la primer bala
    con la alegría del coraje.
    Qué no daría yo por la memoria
    de un portón de quinta secreta
    que mi padre empujaba cada noche
    antes de perderse en el sueño
    y que empujó por última vez
    el 14 de febrero del 38.
    Qué no daría yo por la memoria
    de las barcas de Hengist,
    zarpando de la arena de Dinamarca
    para debelar una isla
    que aún no era Inglaterra.
    Qué no daría yo por la memoria
    (la tuve y la he perdido)
    de una tela de oro de Turner,
    vasta como la música.
    Qué no daría yo por la memoria
    de haber oído a Sócrates
    que, en la tarde la cicuta,
    examinó serenamente el problema
    de la inmortalidad,
    alternando los mitos y las razones
    mientras la muerte azul iba subiendo
    desde los pies ya fríos.
    Qué no daría yo por la memoria
    de que me hubieras dicho que me querías
    y de no haber dormido hasta la aurora,
    desgarrado y feliz.

Églogas

  1. «Égloga 2» (fragmento) de Garcilaso de la Vega
    Personas: Albanio, Camila y Salicio, Nemeroso
    En medio del invierno está templada
    el agua dulce desta clara fuente,
    y en el verano más que nieve helada.
    ¡Oh claras ondas, cómo veo presente,
    en viéndoos, la memoria d’aquel día
    de que el alma temblar y arder se siente!
    En vuestra claridad vi mi alegría
    escurecerse toda y enturbiarse;
    cuando os cobré, perdí mi compañía.
    ¿A quién pudiera igual tormento darse,
    que con lo que descansa otro afligido
    venga mi corazón a atormentarse?
    El dulce murmurar deste rüido,
    el mover de los árboles al viento,
    el suave olor del prado florecido
    podrian tornar d’enfermo y descontento
    cualquier pastor del mundo alegre y sano;
    yo solo en tanto bien morir me siento.
    ¡Oh hermosura sobre’l ser humano,
    oh claros ojos, oh cabellos d’oro,
    oh cuello de marfil, oh blanca mano!,
    ¿cómo puede ora ser qu’en triste lloro
    se convertiese tan alegre vida
    y en tal pobreza todo mi tesoro?
    Quiero mudar lugar y a la partida
    quizá me dejará parte del daño
    que tiene el alma casi consumida.
    ¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño
    es darme yo a entender que con partirme,
    de mí s’ha de partir un mal tamaño!
    ¡Ay miembros fatigados, y cuán firme
    es el dolor que os cansa y enflaquece!
    ¡Oh, si pudiese un rato aquí adormirme!
    Al que, velando, el bien nunca s’ofrece,
    quizá qu’el sueño le dará, dormiendo,
    algún placer que presto desparece;
    en tus manos ¡oh sueño! m’encomiendo.
  1. «Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio» (fragmento), de Juan del Enzina
    FILENO
    Ya pues consiente mi mala ventura
    que mis males vayan sin cabo ni medio,
    y quanto más pienso en darles remedio
    entonces se abiva muy más la tristura;
    buscar me conviene agena cordura
    con que mitigue la pena que siento.
    Provado he las fuerças de mi pensamiento,
    mas no pueden darme vida segura.
    (Prosigue.)

    Ya no sé qué haga, ni sé qué me diga,
    Zambardo, si tú remedio no pones.
    Tanto m’acossan mis fieras passiones,
    verás de mí mesmo mi vida enemiga.
    Sé que en ti solo tal gracia se abriga
    que puedes a vida tornar lo que es muerto,
    sé que tú eres muy seguro puerto
    do mi pensamiento sus áncoras liga.
  1. «Égloga de Breno y otros tres pastores» (fragmento) de Pedro de Salazar
    [BRENO] Gentes, aves, animales,
    sierras, bosques, venid a ver
    mis cordojos desiguales
    que más que tenellos tales
    me valiera no nascer,
    porque siento
    una fuerça de tormento
    denodado
    tan terrible que han quebrado
    todas las del sufrimiento.
    Ya no quiero más ganado,
    pues la confiança dél
    me metió en ser namorado
    e hame amor tan mal tractado
    que aborrezco a mí e a él,
    e pues cresce
    mi desseo e no meresce
    galardón,
    me aborrezca con razón,
    pues quien ama lo aborrece.
    Pues no puedo comportar
    esta pena de que muero
    y m’es foçado apartar,
    un fuego quiero aliñar
    en que se queme mi apero

    que quien puso
    amor do amor no tiene uso,
    razón es
    que ame y prueve después
    quedo, de todo confuso.
    Vos, cayado, que sufristes
    mis trabajos que con ellos
    a mi cuerpo sostuvistes,
    pagaréis lo que servistes
    como son pagados ellos:
    condenado
    sois, cayado, a ser quemado
    en sacreficio,
    que assí está por buen servicio
    mi coraçón abrasado.
    Vos, çurrón, do está el caudal
    del pobre mantenimiento,
    por galardón principal
    os dexara el fuego tal
    que os pueda levar el viento;
    e pensad
    que, pues queman sin piedad
    mis entrañas,
    que con tan sobradas sañas
    no es mucho usar crueldad.
    Vos, pedrenal
    y eslavón,
    que hazéis saltar centellas,
    pues que vuestras hijas son,
    n’os hago gran sinrazón
    de acompañaros con ellas;
    y arderéis
    vos, yesca, que parescéis
    a mis mañas,
    que enciende amor mis entrañas
    como vos os encendéis.
    Vos, azeite, que curastes
    la roña de mi ganado,
    pues a mí no aprovechastes
    e llagado me dexastes,
    feneceréis derramado;
    vos, gaván,
    n’os cumple tener affán
    de cobrirme,
    que nunca mi fuego firme
    las lluvias lo matarán.
    Vos, fonda, que me escusastes
    de correr tras el ganado
    con las piedras que tirastes,
    que mil vezes lo tornastes
    de do s’iva desmandando,
    seréis hecha
    ceniza como la frecha
    que a mí echo,
    que me encendió por el pecho
    do ninguna agua aprovecha.
    No tengo más que despida,
    sin ninguna cosa quedo,
    sino esta ánima aflegida
    que sería bien que fuesse ida
    e despedilla no puedo;
    mas si muero,
    no veré la que bien quiero,
    que es peor,
    mas bivir con tal dolor
    dolo a fuego, no lo quiero.
    Quiero me matar y avrá
    quiçá compassión de mí
    de que mi muerte sabrá,
    no ha poder que no dirá
    ¡o desdichado de ti!

Sátiras

  1. «Adicciones» de Gregorio de Matos
    Yo soy el que los últimos años
    Canté en mi lira maldiciente
    Vergüenza brasileña, vicios y errores.

    Y los decepcioné mucho
    Canto por segunda vez en la misma lira
    El mismo tema en una plétora diferente.

    Ya siento que me enciende y me inspira
    Talía, que ángel es mi guardián
    Des que Apolo envió que me había ayudado.

    Arda Baiona, y el mundo entero arde,
    Que quien de profesión carece de verdad
    Nunca llega tarde la dominga de las verdades.

    No hay tiempo excepto el cristianismo
    Al pobre receptor del Parnassus
    Para hablar de tu libertad

    La narración debe coincidir con el caso,
    Y si tal vez el caso no coincide,
    No tengo a Pegaso como poeta.

    ¿De qué sirve callar a los que callan?
    ¿Nunca dices lo que sientes?
    Siempre sentirás lo que dices.

    ¿Qué hombre puede ser tan paciente?
    Que, viendo el triste estado de Bahía,
    ¿No llores, no suspires y no te arrepientas?

    Esto hace que la discreta fantasía:
    Tiene lugar en uno y otro desconcierto,
    Condena el robo, inculpa la hipocresía.

    El tonto, el ignorante, el inexperto,
    Que no elija el bien o el mal,
    Todo pasa deslumbrado e incierto.

    Y cuando veas tal vez en la dulce oscuridad
    Alabado el bien y el mal vituperado,
    Hace que todo muera, y nada aprueba.

    Dice cautela y descansa:
    – Fulano de tal es un satírico, está loco,
    Con mala lengua, mal corazón.

    Tonto, si entiendes algo o nada,
    Como burla con risa y alboroto
    Musas, ¿qué es lo que más aprecio cuando las invoco?

    Si supieras hablar, también hablarías,
    También satirizarías, si supieras,
    Y si fueras poeta, serías poeta.

    La ignorancia de los hombres de estas edades
    Sisudos hace prudentes a unos, a otros,
    Esa tontería canoniza a las fieras.

    Los hay buenos, porque no pueden ser insolentes,
    Otros tienen miedo al miedo,
    No muerden a los demás, porque no tienen dientes.

    Cuantos hay que los techos tienen cristal,
    y deja de tirar tu piedra,
    ¿De tu misma teja asustada?

    Se nos ha dado una naturaleza;
    Dios no creó los diversos naturales;
    Solo un Adán creó, y esto no fue nada.

    Todos somos malos, todos somos malvados
    Solo el vicio y la virtud los distinguen,
    De los cuales algunos son comensales, otros adversos.

    Quien lo tenga, de lo que yo podría tener
    Este solo me censura, este me nota,
    Cállate, chitom, y mantente saludable.
  1. «A una nariz» de Francisco de Quevedo
    Érase un hombre a una nariz pegado,
    érase una nariz superlativa,
    érase una nariz sayón y escriba,
    érase un peje espada muy barbado.
    Era un reloj de sol mal encarado,
    una alquitara pensativa,
    elefante boca arriba,
    era Ovidio Nasón más narizado.
    Érase un espolón de una galera,
    pirámide de Egipto,
    las doce Tribus de narices era.
    Érase un naricísimo infinito,
    muchísimo nariz,
    nariz tan fiera que en la cara de Anas fuera delito.
  1. Luis de Góngora
    De las ya fiestas reales
    sastre, y no poeta seas,
    si a octavas, como a libreas,
    introduces oficiales.
    De ajenas plumas te vales.
    Corneja desmentirás
    la que adelante y atrás,
    gémina concha, tuviste.
    Galápago siempre fuiste,
    y galápago serás.

Madrigales

  1. Amado Nervo
    Por tus ojos verdes yo me perdería,
    sirena de aquellas que Ulises, sagaz,
    amaba y temía.
    Por tus ojos verdes yo me perdería.
    Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
    brillar suele, a veces, la melancolía;
    por tus ojos verdes tan llenos de paz,
    misteriosos como la esperanza mía;
    por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
    yo me salvaría.
  1. Francisco de Quevedo
    Está el ave en el aire con sosiego,
    en el agua el pez, la salamandra en fuego
    y el hombre, en cuyo ser todo se encierra,
    está en sombra en la tierra.
    Yo sólo, que nací para tormentos,
    estoy en todos estos elementos:
    la boca tengo en aire suspirando,
    el cuerpo en tierra está peregrinando,
    los ojos tengo en agua noche y día
    y en fuego el corazón y el alma mía.
  1. Gutierre de Cetina
    Ojos claros, serenos,
    si de un dulce mirar sois alabados,
    ¿por qué, si me miráis, miráis airados?
    Si cuanto más piadosos
    más bellos parecéis a aquel que os mira,
    no me miréis con ira,
    porque no parezcáis menos hermosos.
    ¡Ay tormentos rabiosos!,
    Ojos claros, serenos,
    ya que así me miráis, miradme al menos.

Letrillas

  1. «Poderoso caballero es Don Dinero» de Francisco de Quevedo
    Madre, yo al oro me humillo,
    él es mi amante y mi amado,
    pues, de puro enamorado,
    anda continuo amarillo,
    que pues doblón o sencillo
    hace todo cuanto quiero,
    poderoso caballero
    Es Don Dinero.

    Nace en las Indias honrado,
    Donde el mundo le acompaña;
    Viene a morir en España,
    Y es en Génova enterrado.
    Y pues quien le trae al lado
    Es hermoso, aunque sea fiero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.

    Son sus padres principales,
    Y es de nobles descendiente,
    Porque en las venas de Oriente
    Todas las sangres son Reales.
    Y pues es quien hace iguales
    Al rico y al pordiosero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.

    ¿A quién no le maravilla
    Ver en su gloria, sin tasa,
    Que es lo más ruin de su casa
    Doña Blanca de Castilla?
    Mas pues que su fuerza humilla
    Al cobarde y al guerrero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.

    Es tanta su majestad,
    Aunque son sus duelos hartos,
    Que aun con estar hecho cuartos
    No pierde su calidad.
    Pero pues da autoridad
    Al gañán y al jornalero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.

    Más valen en cualquier tierra
    (Mirad si es harto sagaz)
    Sus escudos en la paz
    Que rodelas en la guerra.
    Pues al natural destierra
    Y hace propio al forastero,
    Poderoso caballero
    Es don Dinero.
  1. Luis de Góngora
    Ándeme yo caliente
    Y ríase la gente.
    Traten otros del gobierno
    Del mundo y sus monarquías,
    Mientras gobiernan mis días
    Mantequillas y pan tierno,
    Y las mañanas de invierno
    Naranjada y aguardiente,
    Y ríase la gente.

    Coma en dorada vajilla
    El príncipe mil cuidados,
    Cómo píldoras dorados;
    Que yo en mi pobre mesilla
    Quiero más una morcilla
    Que en el asador reviente,
    Y ríase la gente.

    Cuando cubra las montañas
    De blanca nieve el enero,
    Tenga yo lleno el brasero
    De bellotas y castañas,
    Y quien las dulces patrañas
    Del Rey que rabió me cuente,
    Y ríase la gente.

    Busque muy en hora buena
    El mercader nuevos soles;
    Yo conchas y caracoles
    Entre la menuda arena,
    Escuchando a Filomena
    Sobre el chopo de la fuente,
    Y ríase la gente.

    Pase a media noche el mar,
    Y arda en amorosa llama
    Leandro por ver a su Dama;
    Que yo más quiero pasar
    Del golfo de mi lagar
    La blanca o roja corriente,
    Y ríase la gente.

    Pues Amor es tan cruel,
    Que de Píramo y su amada
    Hace tálamo una espada,
    Do se junten ella y él,
    Sea mi Tisbe un pastel,
    Y la espada sea mi diente,
    Y ríase la gente.
  1. Luis de Góngora
    Aprended, Flores, en mí
    lo que va de ayer a hoy,
    que ayer maravilla fui,
    y hoy sombra mía aun no soy.

    La aurora ayer me dio cuna,
    la noche ataúd me dio;
    sin luz muriera si no
    me la prestara la Luna:
    pues de vosotras ninguna
    deja de acabar así,
    aprended, Flores, en mí
    lo que va de ayer a hoy,
    que ayer maravilla fui,
    y hoy sombra mía aun no soy.

    Consuelo dulce el clavel
    es a la breve edad mía,
    pues quien me concedió un día,
    dos apenas le dio a él:
    efímeras del vergel,
    yo cárdena, él carmesí.
    Aprended, Flores, en mí
    lo que va de ayer a hoy,
    que ayer maravilla fui,
    y hoy sombra mía aun no soy.

Epigramas

  1. Juan de Iriarte
    El señor don Juan de Robres,
    con caridad sin igual,
    hizo este santo hospital…
    y también hizo los pobres.
  1. Salvador Novo
    Tuvo suerte Margarita
    como persona interpósita,
    pues Juárez la encontró expósita
    pero la volvió esposita.
  1. Marco Valerio Marcial (siglo I)
    Preguntas qué me da mi parcela en una tierra tan distante de Roma.
    Da una cosecha que no tiene precio:
    el placer de no verte

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Rabotnikof, Vanesa (25 de octubre de 2024). Género lírico. Enciclopedia de Ejemplos. Recuperado el 26 de noviembre de 2024 de https://www.ejemplos.co/genero-lirico/.

Sobre el autor

Autor: Vanesa Rabotnikof

Licenciatura en Letras (Universidad de Buenos Aires). Especialización en Edición (Universidad Nacional de La Plata).

Fecha de publicación: 31 de enero de 2022
Última edición: 25 de octubre de 2024

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