Un monólogo sobre los derechos de los niños es un discurso en el que un solo participante conversa consigo mismo o con un interlocutor ausente para reflexionar acerca de la leyes que son necesarias para la protección de la infancia.
El monólogo es un texto en el que el autor se dirige hacia sí mismo, pero también tiene como destinatarios a los lectores o a la audiencia. A través de este tipo de discurso, se obtiene información sobre los sentimientos y pensamientos del personaje que lo ejecuta, y permite conectarse con su psicología y forma de ver el mundo de una forma más auténtica y desinhibida.
Es posible encontrar monólogos en muchos géneros literarios, como poesía, cuento, ensayo, obras de teatro, artículo periodístico, novela. Se diferencia del diálogo, porque en este la comunicación se da entre dos o más personas.
De acuerdo a la obra de la que forma parte y de las intenciones expresivas, existen tres tipos de monólogos:
- Monólogo dramático o soliloquio. Es una obra de teatro completa o parte de esta en la que uno de los personajes habla consigo mismo en voz alta y expresa sus pensamientos y sentimientos.
- Monólogo cómico. Es un discurso de humor enunciado por un comediante para reflexionar sobre diversas temáticas de la vida cotidiana. Su finalidad es hacer reír al público.
- Monólogo interior o fluir de la conciencia. Es la narración en primera persona del flujo de los pensamientos de un personaje de una obra literaria. Es una técnica que intenta plasmar en el papel las ideas del personaje. Su lectura puede ser complicada, en tanto la lógica del pensamiento no suele poseer coherencia.
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Ejemplos de monólogo sobre los derechos de los niños
- “Derechos derechos”, de Hugo Midón (2004). En esta canción de la obra de teatro Derechos Torcidos, el personaje se refiere al derecho a la igualdad que tienen los niños, sin importar origen social o étnico, idioma, religión, opiniones o nacionalidad. Tiene que ver con el artículo 2 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño.
I
Miramos la misma luna
Buscamos el mismo amor
Tenemos la misma risa
Sufrimos la misma tosNos dan las mismas vacunas
Por el mismo sarampión
Hablamos el mismo idioma
Con la mismísima vozEstribillo
Yo no soy mejor que nadie
Y nadie es mejor que yo
Por eso tengo los mismos
Derechos que tenés vosII
Cantamos el mismo himno
Con el mismo corazón
Tenemos las mismas leyes
La misma ConstituciónPisamos la misma tierra
Tenemos el mismo sol
Pinchamos la misma papa
Con el mismo tenedor
- Extracto de El niño, de Jules Vallès (1989). En esta novela, el protagonista Jacques Vingtras (cuya historia es reflejo de la vida del autor) reflexiona sobre el derecho de los niños a ser protegidos contra el maltrato (artículo 19 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño), tras haber sido él mismo víctima de este durante su infancia y parte de la adolescencia.
No tengo una queja que hacer. Ni siquiera tengo una canica astillada en mi conciencia. Una vez mi padre me dio treinta centavos para comprar un cuaderno que costaba veintinueve. Me quedé con el centavo. Este fue mi único desliz. (…) ¡Si fuera a París, otra vez! Saliendo de prisión, yo daría la mano de todos modos. (…) Y bien. Cumpliré mi tiempo aquí, e iré a París después, y cuando esté allí, no ocultaré que he estado en prisión, yo
¡lo gritaré! Defenderé el DERECHO DEL NIÑO, como otros DERECHOS HUMANOS.Preguntaré si los padres tienen libertad de vida y muerte sobre el cuerpo y el alma de su hijo; si el Sr. Vingtras tiene derecho a martirizarme por haber tenido miedo de un trabajo miserable (…). ¡París! ¡Oh, yo la amo! Vislumbro la imprenta y el periódico, la libertad de para defenderse, y la simpatía por los rebeldes. La idea de París me salvó de la cuerda ese día.
- Extracto de “Los derechos del niño globalizados”, de Susana Dalle Mura (2011). En este artículo, la autora reflexiona sobre los nuevos inconvenientes que están atacando los derechos de los niños en la era de la globalización.
(…) Todo lo realizado hasta el presente es insuficiente y mutilador para la protección adecuada de la niñez en la sociedad globalizada, ya que nuevos problemas vinculados a ella están apareciendo. Sería necesario visualizar los problemas actuales de esta franja etaria con una planificación concreta en materia de políticas públicas, contemplando las situaciones actuales y futuras de la misma.
(…) Hoy más que nunca debemos proteger la infancia en todas sus formas y latitudes, reconociendo en la realidad de los hechos sus derechos: a la salud, a la educación, a la vivienda, a una familia, a una nacionalidad, a la identidad, a no trabajar a edades tempranas. Todos derechos vulnerados tanto en la comunidad internacional como en nuestro país y en la provincia.
(…) Son los hombres y las cosas las que debemos cambiar, y no las leyes. Tenemos declaraciones, convenciones, protocolos y leyes tanto a nivel internacional como nacional y provincial. Sin embargo, faltan valores y conciencia cívica para cambiar la realidad. Todos hablan del cambio para que nada cambie o cambie pero sólo en las normas y no en la realidad. En políticas para la infancia necesitamos más respuestas y menos verba. Mayor eficiencia y compromiso de la sociedad en su conjunto en la utilización de los recursos disponibles y mejor preparación para enfrentar los problemas cotidianos de la niñez y la adolescencia. Es claro que los niños no opinan ni votan. ¿Será por eso que son permanentemente marginados en las prioridades sociales?
La infancia es el porvenir de un país y, sin salud y educación, sometida a las lacras del trabajo infantil temprano, la trata de personas, la droga, la delincuencia, la pobreza, la desnutrición, la violencia, la desesperanza y la falta de valores familiares y sociales, no tiene un futuro digno.
Una infancia protegida, en toda su amplitud y necesidad, podrá florecer y dar frutos fecundos a la comunidad donde se desarrolla. ¡Argentina despierta!
- “Quién le puso el nombre a la luna”, de Mirta Goldberg (1994). En este poema perteneciente al libro Nuevo Viento en popa I, el sujeto poético reflexiona acerca del derecho a tener un nombre y una nacionalidad (artículo 7 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño).
¿Quién le puso el nombre a la luna?
¿Habrá sido la laguna,
que de tanto verla por la noche
decidió llamarla luna?¿Quién le puso el nombre al elefante?
¿Habrá sido el vigilante,
un día que paseaba muy campante?¿Quién le puso el nombre a las rosas?
¿Quién le pone el nombre a las cosas?Yo lo pienso todos los días.
¿Habrá un señor que se llama Ponenombres
que saca los nombres de la Nombrería?¿O la arena sola decidió llamarse arena
y el mar solo decidió llamarse mar?¿Cómo será?
(Menos mal que a mí
me puso el nombre
mi mamá.)
- Extracto de “Mirar y ver”, de Sergio Kern (1997). En este cuento, el narrador reflexiona sobre el derecho a la educación de los niños discapacitados, y se refiere al artículo 23 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño.
III
Ahora estoy yendo a la escuela y llueve todo el rato. Y parece que las gotas explotaran como petardos de Navidad en el piloto de plástico que me puso mi papá.
Hoy vendrá el que hace libros y me parece que se va a mojar si no tiene un piloto como el mío.
Mi papá me dijo que mi piloto es de plástico amarillo. Y me estuvo contando de muchas
cosas que son amarillas. Las bananas son amarillas. Los limones maduros son amarillos. Hay ciruelas amarillas. El techo de los taxis es amarillo (…).V
Todos se callaron. Parece que entró el señor que hace libros. Nos dijo cómo se llama y se puso a hablar de cuando era chico. Parece que su papá también hacía libros.
Ahora se pone a contar de cómo ve él las cosas. De qué manera las mira para después dibujarlas. Habla de los colores que tienen las cosas después de la lluvia. A mí ya me parecía que algo de eso debía pasar después de la lluvia. Porque todo queda recién lavado. ¡Es lógico!
Ahora está hablando del color que tienen las cosas cuando se oxidan. Le voy a preguntar a mi papá por qué se oxidan las cosas.
Ahora dice que nos va a leer unos cuentos. Pero que son cuentos que no escribió él. Dice que nos va a leer cuentos que a él le han gustado mucho (…).VII
Ahora terminó de leer los cuentos y nos dice que nos va a hacer un dibujo en el pizarrón para que veamos cómo dibuja. (Me parece que ya era hora de una buena vez de que mostrara lo que hace.) Y nos dice que nos pongamos a dibujar nosotros también mientras él hace su dibujo. Bueno, parece que los chicos trajeron de todo para dibujar. Ya nos habían avisado de eso, así que yo también traje lo mío.VIII
(…) El señor que hace libros nos dijo que podíamos dibujar lo que quisiéramos y que no tenía por qué ser de los cuentos que él había leído. Que hiciéramos cualquier cosa, lo que nos gustara.
Pero yo voy a modelar en plastilina los personajes del cuento de los monstruos que van a la escuela que él nos leyó. Porque me hizo reír.
(…) Entonces me pongo a hacer a la Momia y es re-fácil porque no tiene ropa ni capa. Después hago a Drácula pero no encuentro los colmillos. Ni me acuerdo si ya los hice o no. Y al final vuelvo a Frankenstein. Ya le hice la cabecita con tornillos en las orejas. Le puse las piernas y lo acosté al lado de la Momia y Drácula que también están acostados. Ahora le estoy amasando los bracitos. Ya le puse uno y quedó perfecto. Al fin estoy con el otro bracito. No hay ruido a tiza. El que hace libros dejó de dibujar en el pizarrón y dice que va a venir a ver lo que hicimos nosotros.IX
Parece que viene directamente a nuestra mesa. Avanza charlando con otro señor que lo trae hacia aquí. El otro señor le dice: “Mire sobre la base de lo que usted charló y leyó, lo que hizo esta nenita no vidente”.
(Yo soy la no vidente.) Pero no me gusta que me digan así. Con que me digan ciega ya está bien. Mi papá dice que hay que llamar a las cosas por su nombre y listo.
El señor que hace libros se quedó mudo, parece. Entonces escucho que el otro señor le dice: “A propósito es que no le dijimos que había no videntes entre los niños.
Porque si no, usted no hubiera hablado de lo que habló ni dibujado lo que dibujó.” Y le empieza a explicar que es un plan piloto (¿cómo mi piloto amarillo?) para que los que
somos ciegos estemos más juntos con los pibes que no lo son.
Chocolate por la noticia. Mi papá me lo había explicado todo.
Pero el que hace libros ya no lo escucha y me pregunta cómo me llamo.
–Ximena –le digo, y agrego –Ximena con “X”.
Y entonces el que hace libros me empieza a hablar todo con “x”, y me largo a reír y él también y la seño también.
Entonces el señor de los libros se pone a mirar a la Momia y a Drácula y me dice que le encantan y yo me río más.
Y me dice que el Frankenstein que hice le parece increíble. Y yo muevo la cabeza para el otro lado, porque me da un cachito de vergüenza. Y me dice que él mismo, como es gordito, es idéntico a mi Frankenstein.
Y yo pienso en la suerte que tuvo el señor que hace libros. Con esos tornillos en la cabeza y comiéndose todas las “s”, igual pudo aprender a hacer libros (…).
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