El narrador es el personaje, voz o ente que relata los acontecimientos que atraviesan los personajes de una historia. El narrador puede o no ser un personaje de la historia y es a través de su relato y el ángulo desde el que mira los hechos que el lector interpreta y percibe los acontecimientos que conforman la historia.
Según la voz que utilice y el grado de implicancia con el relato, existen tres tipos de narradores: el narrador en primera persona; el narrador en segunda persona y el narrador en tercera persona.
El narrador en tercera persona es aquel que relata los hechos desde afuera, y puede o no formar parte de la historia. Por ejemplo: Llegó a su casa, se sacó los zapatos, y abrió una botella de vino. Detrás de la puerta, por primera vez, había logrado dejar del otro lado de la puerta aquellos problemas que lo venían atormentando desde hacía dos semanas.
- Ver además: Narrador en primera, segunda y tercera persona
Tipos de narrador en tercera persona
- Omnisciente. Es un “ente” o “dios” externo a la historia, que conoce los hechos y acciones que suceden, así como también los sentimientos y pensamientos de los personajes. Este narrador puede trasladarse en el tiempo y espacio y puede influir sobre la historia. Jamás emite juicio de valor sobre los personajes o hechos que narra.
- Testigo. Está incluido en la historia y cuenta en tercera persona lo que ve y percibe uno de los personajes, pero sin tener una participación activa en los acontecimientos. Puede tener mayor o menor proximidad con la acción, de la que participa en calidad de testigo. Existen diferentes tipos de narradores testigos:
- Testigo informante. Narra la historia transcribiendo los hechos, como si fuese una crónica o documento.
- Testigo impersonal. Solo narra, generalmente en tiempo presente, aquello que presenció.
- Testigo presencial. Cuenta los hechos que presenció, con mayor o menor proximidad, en el pasado. Este narrador hace poca alusión a sí mismo.
Ejemplos de narrador en tercera persona
- Narrador omnisciente
Se despertó de golpe, abrió los ojos y se encontró estaba sentada en su cama. Le costaba respirar. Una vez más, aquel accidente se colaba en sus sueños. Se levantó, se sirvió agua en el primer vaso que encontró sobre la mesada y se sentó en una silla. La atormentaba ese recuerdo, esa muerte que le había dejado un vacío que sabía que nunca podría llenar. Pero lo que más la exasperaba era la idea de no poder superarlo. De que su vida quedara suspendida, atada a aquel momento. A que cada día, como habían sido los últimos meses de su vida, no sean más que una carrera cuya meta cada vez se alejaba más.
- Ver además: Narrador omnisciente
- Narrador testigo informante
Por motivos que no revelaré aquí, tuve la oportunidad -la mala experiencia- de poner un pie en uno de esos campos de concentración que yacen en nuestra ciudad, pero de los que nadie habla, como si no existieran. Uno de sus los guardias, con manos temblorosas, puso en la palma de mi mano un trozo de papel en el que da detalles escalofriantes de lo que es vivir allí. A continuación, escribiré de forma textual apenas un fragmento de lo que ese hombre me contó. Algunos pasajes son ilegibles, por lo que elegí el siguiente: “La luz no es más que un recuerdo, un anhelo. Los prisioneros permanecen hace días, meses, quizás años -quien sabe- en calabozos húmedos y oscuros en los que ni siquiera entran recostados. Una vez al día, un guardia, de cuya boca jamás podrá salir una palabra, les deja una lata, con una ración mínima de algo que simula ser un guiso, de sabor amargo y origen dudoso. El baño no es una opción y la dosis de agua que reciben, apenas alcanza para no morir de sed”.
- Narrador testigo impersonal
A don Julio la jubilación no le sienta nada bien. Toda su vida había fantaseado con ese momento y ahora cada minuto es un suplicio. Su biblioteca se convirtió en su mundo. Su vida se reduce a esas cuatro paredes repletas de estanterías donde, por años, fue acumulando libros con la ilusión de leerlos cuando al fin comience lo que él pensó que sería la mejor etapa de su vida. Pero allí están, casi intactos. Cada vez que toma uno, que elige con su dedo índice de entre todos los lomos, y con la esperanza de que ese sí sea el indicado, en apenas unos minutos encuentra cualquier excusa dejarlo a un costado y ponerse a hacer otra cosa.
El reloj de pie que se encuentra junto al sillón de cuero en el que intenta leer se convirtió en su peor enemigo; le recuerda que las horas no pasan, que los días no terminan y que cada minuto es eterno.
- Narrador testigo presencial
Que el timbre sonara la sorprendió, miró el reloj e hizo una mueca. “Será que se olvidó las llaves”, se preguntó en voz alta, haciendo alusión a su marido, a quien no veía desde el desayuno, cuando cada uno se fue, por separado, a su respectivo trabajo.
Dejó la taza de té, se paró y caminó hacia la puerta secándose las manos con el repasador a cuadros rojos y blancos. Se asomó por la mirilla y tardó varios segundos en abrir la puerta.
Del otro lado, un hombre vestido de policía le hizo una pregunta, a la que ella le respondió con un “sí”, mientras su cara se transformaba. Segundos más tarde, como si sus piernas no le respondieran, cayó al suelo y se cubrió el rostro con el repasador a cuadros. Lo siguiente que se escuchó fue un llanto desgarrador.
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