El narrador observador se limita a contar aquello que observa, en tercera persona, sin participar de los hechos. Por ejemplo: Tomás apiló los platos en la mesada, apagó la luz de la cocina, cerró la puerta y se fue directo a la cama. El reloj ya marcaba las 2 am.
- Ver además: Narrador en primera, segunda y tercera persona
Características del narrador observador
- Se lo suele comparar con una cámara de cine ya que «sigue» a un personaje durante todo el relato.
- También se lo denomina “narrador objetivo” porque no juzga a los personajes de la historia, así como tampoco puede conocer sus pensamientos ni sentimientos.
- Simplemente describe aquello que percibe con los sentidos, sin intervenir en la narración.
- Ver además: Narrador
Ejemplos de narrador observador
- La campanilla que estaba colgada en el extremo superior de la puerta sonó, como cada vez que entraba un nuevo cliente. La mujer saludó con una sonrisa y fue directo a la estantería en la que se ubicaban las novelas clásicas. Mientras sujetaba unas carpetas con su mano izquierda, con su dedo índice derecho fue repasando los libros, uno por uno. Por momentos, inclinaba su cabeza para poder leer sus lomos. Estuvo un buen rato allí, sacando y hojeando varios ejemplares, hasta que se decidió por uno. Era el segundo tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Le pagó al señor que fumaba una pipa detrás de un viejo escritorio y se fue directo al café de la esquina. Pidió un expreso y se quedó leyendo hasta que las luces de la calle se encendieron.
- Mientras se acomodaba sus gruesos anteojos, caminó derecho hasta la última mesa del salón de la biblioteca. Solo había una persona sentada en aquel rincón: una chica rubia, que leía un grueso libro de anatomía. El joven se sentó en diagonal a ella y sacó una pila de fotocopias, que se puso a leer y subrayar con su lápiz negro. Por momentos, levantaba la vista para mirarla. Y, de paso, espiaba el reloj que estaba justo al frente. Cada tanto, se secaba las manos, empapadas de sudor, en su pantalón caqui. La escena se repitió durante horas, una y otra vez, hasta que la joven recogió sus cosas y se fue. Él la vio caminar por el pasillo. Después, se asomó por la ventana para verla mientras cruzaba el patio, hasta perderla de vista.
- El arenero era su juego favorito. Así le había dicho a su madre mientras iban de la mano a la plaza que quedaba a dos cuadras de su casa. Cuando pasaron las hamacas, le soltó la mano a su madre y, con un baldecito rojo en una mano y el rastrillo en la otra, fue corriendo hacia el rectángulo en el que ya se habían levantado varios castillos y volcanes de arena. Su madre se sentó en el mismo banco de siempre y se dedicó a tomar sol mientras lo vigilaba sin que él se diera cuenta.
- A las 5 am abrió los ojos. Se puso su desabillé, se lavó la cara y los dientes como cada mañana. Luego bajó las escaleras y fue directo a la cocina para encender la cafetera. Arrastrando los pies para no perder ninguna pantufla en el camino, fue a recoger el diario que aquel joven le dejaba al costado de su puerta cada mañana. Fue directo a la sección Internacionales y leyó con detenimiento cada nota mientras tomaba café de a sorbos. Cuando se hicieron las 8 y ya tenía el crucigrama prácticamente listo, doña Rosa fue al patio, buscó la manguera y regó cada una de sus plantas, mientras les quitaba las hojas secas o las ramas que a causa del viento se habían colado entre las ramas. Cuando había regado hasta el último malvón, fue a su cuarto, se puso su vestido de florecitas blancas, un par de zapatos cómodos y partió al mercado.
- Cortó el teléfono y fue rumbo a la cocina. Se puso el delantal y empezó a cortar en pequeños cubos los tomates que previamente había lavado. Faltaban dos horas para que su hermana, que vivía en la otra punta del país, la visitara. Inclinó la tabla y dejó caer los cubos en una enorme olla, a la que previamente le había echado aceite de oliva. Agregó algunos condimentos y dejó que el fuego hiciera el resto. Fue rumbo a la heladera y sacó un bollo de masa. Después de fraccionarla y convertirla en tubitos largos, fue cortándolos en cuadraditos, que luego pasó por esa maderita con ranuritas. Fue dejando ñoqui por ñoqui a un costado de la mesada, que estaba repleta de harina para nada se pegara. Hecho esto, destapó una botella de vino y, luego de servirse una copa generosa, mezcló con cuidado lo que quedaba de esos cubos de tomates, hasta que cobraron el aspecto de una salsa. Le puso la tapa a la olla y fue a su cuarto a buscar los regalos que días atrás había comprado para sus sobrinos. Cuando dejó todos los paquetes dispuestos en un rincón de la mesa, se sentó en su sofá a esperarlos.
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