Nunca es tarde para hacer algo por el medio ambiente
Todos sabemos lo que ocurre a los peces si no lavamos nunca su pecera: el agua turbia y repleta de suciedades los debilita, se enferman y pronto mueren, víctimas de un entorno inhóspito, descuidado. Esta experiencia, común a los niños pequeños, es una buena metáfora para describir el modo en que nos relacionamos con el medio ambiente. Y aunque no seamos tan frágiles como esos pececillos comprados en la tienda, correremos una suerte muy parecida si en los asuntos medioambientales nos entregamos a la desidia y al descuido.
No existe vida que no se relacione con su medio ambiente: se toman sustancias útiles de él y se le devuelven sustancias de desecho, que otros organismos aprovechan para sí, y el ciclo se repite. Es algo que hacen incluso nuestras células: respiramos oxígeno, exhalamos dióxido de carbono; las plantas toman este último y expulsan oxígeno. Ese es el balance de la naturaleza, un estado de equilibrio precario, delicado, que desde hace ya más de dos siglos hemos estado violentando de manera sistemática.
Me refiero, claro, a la contaminación. Y específicamente a la contaminación industrial, dinámica novedosa en tiempos terrestres, si consideramos que la Revolución Industrial ocurrió hace apenas tres siglos, pero dotada de un efecto devastador en el medio ambiente, ya que introduce en él sustancias altamente reactivas, tóxicas, incluso venenosas, o residuos sólidos que tardan miles de años en descomponerse. Una dinámica suicida, equivalente a que los peces del ejemplo inicial se dedicaran a envenenar el agua en el que nadan.
De hecho, arrojamos los gases tóxicos de nuestras industrias y nuestros vehículos en el mismo aire que respiramos; arrojamos sustancias y residuos en el agua que nos rodea y en la que luego nos bañamos y bebemos; arrojamos residuos plásticos en todas partes, y ahora sus fragmentos diminutos (conocidos como microplásticos) se encuentran en todas partes, incluso en nuestra propia comida. No hace falta ser un genio para adivinar el futuro que por este camino nos espera: el mismo que ya están pagando en nuestro lugar cientos de especies que marchan a paso obligado hacia la extinción.
¿Qué podemos hacer para cuidar el ambiente?
Las evidencias están allí: fotografías, reportajes, documentales enteros sobre la destrucción de los hábitats naturales y el envenenamiento de los recursos. ¿Cómo es, pues, que esta realidad no nos alarma? ¿Cómo es que no vemos la correlación entre esa dinámica disparatada de contaminación y las enfermedades que nos aquejan y que aquejarán a nuestros descendientes?
Parecemos estar muy distraídos por el consumo y por nuestras propias invenciones como para entender que nuestro legado como especie bien puede ser nefasto. No solo porque hemos llevado a incontables otras a la muerte, sino porque podríamos estar destruyendo el propio hábitat que nos sostiene, rompiendo poco a poco el vidrio de nuestra pecera.
Pero el agua mugrienta de nuestro planeta Tierra, a diferencia de la pecera de nuestra infancia, no puede ser fácilmente cambiada. Al menos no por nosotros. Al planeta le tomará miles de años reparar el daño que hemos ocasionado en unos pocos siglos, y lo más seguro es que lo haga cuando ya no estemos aquí para presenciarlo. Un panorama futuro que tal vez no sea inmediato, pero que cada día parece más probable.
Toca, pues, preguntarse: ¿Es este el atolladero que queremos legar a las generaciones venideras? ¿Estamos realmente dispuestos a pagar el infame precio de ser las generaciones que destruyeron el clima, que envenenaron el agua, que produjeron como locos sin importarles el mañana? ¿No será en un futuro, tal vez no tan lejano, esa actitud comprendida como una existencia irresponsable, dañina, inmoral de cara a sus terribles consecuencias?
Una acción es requerida, lo demanda la gente en las calles. Un cambio debe darse, si no de manera inmediata, al menos de manera sostenida. No existe un planeta de repuesto. Nunca es tarde. Actuemos por el medio ambiente.
¿Qué es una reflexión?
Cuando nos referimos a una reflexión, o decimos que alguien debe reflexionar, estamos refiriéndonos al hecho de pensar detenida, profunda y sinceramente sobre un tema de interés particular. Una reflexión es, así, una meditación o una disertación que se comparte con terceros para invitarlos a pensar en las mismas ideas o a evaluar un mismo punto de vista.
Las personas pueden reflexionar sobre cualquier tema posible, incluso sobre su propia existencia o sobre el modo en que han vivido sus vidas, o bien sobre temas del momento, cuya importancia es universal. Pero toda reflexión parte de un punto de vista individual, personal, subjetivo, y aborda las ideas de esa misma manera, de un modo libre, que puede o no tener cierto rigor argumentativo, pero que siempre apunta a obtener algún tipo de conclusión.
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Referencias
- “Reflexión” en Wikipedia.
- “¿Qué es el medioambiente y por qué es clave para la vida?” en BBVA.
- “Cuidar la naturaleza es cuidar a las personas” en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
- “Reflexiones para jóvenes sobre el medio ambiente” en El Universal (México).
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