Relato sobre la Independencia Mexicana

Un grito de libertad e independencia

Era de madrugada todavía cuando el cura Miguel Hidalgo y Costilla, acompañado por los militares Ignacio Allende y Juan Aldama, trepó a las alturas de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores e hizo repicar las campanas para convocar a la feligresía.

Era el 16 de septiembre de 1810 y el mensaje que tenía para dar ya no era de tipo religioso sino político y social: Hidalgo iba a convocar a su pueblo a alzarse en armas contra el gobierno del Virreinato de Nueva España, al que acusó de haber traicionado los valores hispanos y responder a las órdenes de los franceses, que tras invadir España habían sacado del trono a Fernando VII. Y en ese instante, sin que el propio Hidalgo lo supiera, se daba inicio a la larga lucha por la independencia mexicana.

Este evento, conocido hoy como “el grito de Dolores”, fue sin embargo la punta de un iceberg revolucionario. En Santiago de Querétaro, ese mismo año, en la casa del corregidor de la ciudad, José Miguel Domínguez, comenzó a reunirse un puñado de conspiradores: Ignacio Allende, Mariano Abasolo, José Mariano Michelena, José María García Obeso, Juan Aldama, el propio cura Miguel Hidalgo y Costilla, y otros letrados, comerciantes y militares descontentos con los eventos que tenían lugar en la metrópoli europea a raíz de las invasiones napoleónicas. Su propósito, escondido detrás de la excusa de reunirse a hablar de literatura, era formar una Junta de Gobierno que tomara el poder en nombre de Fernando VII, rey depuesto por los franceses, tal y como estaba ocurriendo en distintas regiones de España.

Para lograr sus planes, los protagonistas de lo que después se conoció como “la Conspiración de Querétaro” planeaban alzarse en armas durante el mes venidero de octubre de 1810 y deponer a los funcionarios del gobierno virreinal. Con ese fin acumularon espadas, lanzas y municiones en la ciudad, así como en San Miguel el Grande y en la propia población de Dolores. Pero el 12 de septiembre fueron descubiertos y denunciados por el empleado de correos José Mariano Galván, y algunos de los conspiradores, convencidos de estar perdidos, fueron voluntariamente a entregarse y pedir clemencia.

Mientras el gobierno allanaba muchos de sus escondrijos, los revolucionarios se dieron cuenta de que estaban entre la espada y la pared. No habría tiempo para segundas oportunidades. Juan Aldama se trasladó hacia Dolores, se reunió con Allende e Hidalgo, y bajo el lema de “¡Viva la América y muera el mal gobierno!”, y otros similares, encendieron la mecha de una guerra de independencia que duraría más de 10 años.

El estallido de la guerra y la campaña de Hidalgo

El primero de los frentes independentistas surgió en la ciudad de Dolores, donde se reunieron y armaron los voluntarios de las poblaciones vecinas, bajo el mando del propio cura Hidalgo. Se desconoce el número de tropas de este ejército inicial, pero sabemos que marcharon bajo el estandarte de la Virgen de Guadalupe, y que estaba compuesto mayormente de campesinos, mineros y comerciantes de las clases bajas, poco entrenados y poco disciplinados a pesar de que los dirigían militares de carrera, como Allende y Aldama. Esto hizo que las clases medias los miraran con desconfianza y que tardasen en sumarse a una lucha que, al final, era también la suya.

Bajo el mando de Hidalgo, proclamado “Capitán de América”, el ejército rebelde se apoderó de Salamanca, Irapuato y Silao y creció en fuerza y confianza. Después de Guanajuato, venció a las tropas virreinales que se habían parapetado en la alhóndiga de Granaditas, el edificio más resistente de la ciudad y un sitio que tendría un especial significado en la guerra de independencia.

En respuesta a estos ataques, el virrey ofreció una recompensa por la cabeza de los insurgentes, mientras la iglesia excomulgaba a Hidalgo y acusaba al movimiento de ser herético, antimonárquico, anticatólico.

Pero el ejército siguió creciendo hasta alcanzar los 60.000 hombres y se aproximó a Valladolid, ciudad defendida por Agustín Iturbide y un pequeño contingente militar. Este militar, cuyo rol en la independencia sería decisivo muchos años después, rechazó la oferta de unirse a la rebelión y escapó de la ciudad, dejando que el ejército rebelde la tomara pacíficamente.

Nombrados “Generalísimo de América” y “Capitán General”, respectivamente, Hidalgo y Allende condujeron su ejército hacia el Valle de México y quisieron negociar la rendición del virrey. Pero recibieron una negativa y posteriormente fueron atacados por Félix María Calleja en Aculco, en la periferia de la Ciudad de México, donde sufrieron la primera de sus derrotas.

Entonces se produjo una división crítica en las filas rebeldes: mientras Hidalgo se propuso retornar a Valladolid, Allende quiso marchar a Guanajuato. Ya los líderes habían tenido numerosas disputas respecto a la conducción de la tropa, y los militares de carrera no estaban muy satisfechos siguiendo a un cura. Esta división trajo consigo numerosas deserciones y marcó un punto de quiebre en la campaña.

En Guanajuato, Allende fue derrotado y tuvo que huir a San Luis Potosí, donde se reunió con Aldama y posteriormente con Hidalgo. Este último, mientras tanto, intentaba formar en Guanajuato un gobierno autónomo que abolió la esclavitud y tenía a Ignacio López Rayón como ministro de Estado. Sin embargo, el ejército realista, al mando de Calleja, ya marchaba en pos de la ciudad, que acabó capturando hacia finales de 1810.

Hidalgo, Aldama y Allende decidieron entonces que debían marchar hacia el norte, para unir a la causa a las provincias septentrionales del virreinato y para forjar una alianza con los Estados Unidos. Las tropas insurgentes, conducidas ahora por Ignacio López Rayón, se marcharon a Michoacán, donde empezaría la segunda campaña independentista.

En cambio, los líderes rebeldes marcharon hacia Coahuila y allí fueron capturados el 21 de marzo de 1811. Se los condujo a Chihuahua y allí fueron fusilados, sus cabezas separadas del cuerpo y enviadas a Guanajuato, donde fueron colgadas a modo de recordatorio en la alhóndiga de Granaditas. La campaña de Hidalgo tuvo este trágico desenlace.

La segunda campaña y el sitio de Cuautla

Pero no todo estaba perdido. Al mando de López Rayón, el ejército independentista marchaba hacia el sur, al encuentro de otros frentes insurgentes que habían brotado de manera espontánea. El principal de ellos fue el ejército rebelde conducido por José María Morelos, que a inicios de 1811 emprendió la campaña de liberación del sur de México. Pero de él hablaremos más adelante.

López Rayón no solo había heredado del cura Hidalgo el remanente del ejército independentista (de apenas 3500 hombres aproximadamente y forzado a emprender una guerra de guerrillas) sino el compromiso de formar un nuevo Estado. Durante 1811 dedicó importantes esfuerzos a fundar una Junta de Gobierno. Su primer éxito fue el 19 de agosto, con la Junta de Zitácuaro, una Suprema Junta Nacional Americana que debía organizar a los alzados y difundir sus ideas a través del periódico El Ilustrador Americano.

El problema fue que, a lo largo de 1811 y los primeros días de 1812, las fuerzas realistas al mando de Calleja asediaron incansablemente a los rebeldes y, finalmente, expulsaron de Zitácuaro a los miembros de la Junta de Gobierno. Aquello fue una derrota costosa para el ejército independentista.

Pero en el sur, el panorama era distinto. Morelos había culminado su primera campaña con éxito, conquistando Tlapa, Izúcar, Cuautla y Chiautla, y aunque no había podido asistir en persona a la Junta de Zitácuaro, había enviado delegados y había expresado su apoyo a López Rayón.

Cuando la Junta de Gobierno cayó en Zitácuaro, escapó a Toluca y después nuevamente a Tenancingo, y Morelos fue convocado a defenderla, cosa que hizo a pesar de estar recién recuperado de la tuberculosis. En esta última localidad venció a los realistas, después reagrupó a sus fuerzas en Cuernavaca y estableció en Cuautla su base de operaciones.

Mientras Morelos pensaba en cómo tomar la Ciudad de México, Calleja emprendió nuevamente la ofensiva. Las tropas rebeldes resistieron un primer ataque en Cuautla el 9 de febrero de 1812, pero quedaron presas de un largo y cruel sitio en la ciudad, rodeados de las tropas enemigas que les cortaron el acceso al agua y a los alimentos. Cuando la situación se volvió del todo insostenible, en uno de los primeros días de mayo, las tropas de Morelos abandonaron Cuautla de madrugada y la dejaron en posesión de Calleja.

En aquel entonces, el ejército realista parecía indetenible. Calleja fue recibido con honores en la Ciudad de México y se le ofreció la comandancia general de la ciudad. Aunque no lo supiera en el momento, algunos años después llegaría a ser virrey.

La tercera y cuarta campañas, y el Congreso de Anáhuac

Morelos reagrupó a su ejército y emprendió la marcha hacia el sur del virreinato, mientras la Suprema Junta Nacional Americana trataba de establecer un orden duradero entre las distintas facciones independentistas, con López Rayón en el centro del territorio (asentado en Michoacán), José María Liceaga en el norte (San Luis Potosí) y Morelos en el sur (a cargo de los actuales Guerrero, Oaxaca, Morelos, Puebla).

En noviembre de 1812, las tropas de Morelos habían tenido éxito en la captura de Oaxaca, en donde juró la Junta Nacional Gubernativa y tras mes y medio de estadía, emprendió el camino hacia Acapulco, una ciudad que no había logrado capturar durante su primera campaña. Su sitio al Castillo de San Diego inició en abril de 1813 y duró cuatro meses.

Ese mismo año, en medio de un clima de tensión y poco entendimiento entre los líderes rebeldes, Morelos se hizo con el mando de las fuerzas independentistas y se propuso reformar la Junta Nacional, abriéndole así el camino al Congreso de Anáhuac, que se celebró el 13 de septiembre de 1813 en la ciudad de Chilpancingo.

Este fue un punto central en la historia independentista. El Congreso de Anáhuac no solo reunió a las fuerzas independentistas y formalizó el mando de Morelos bajo el título autoimpuesto de “Siervo de la Nación”, sino que declaró el 6 de noviembre la independencia de la América Septentrional y comenzó la redacción de una constitución propia, inspirada en la de Cádiz, la de Estados Unidos y la francesa de 1791. Una vez finalizado el congreso, las fuerzas independentistas se dispusieron nuevamente para la guerra, pero esta vez con un espíritu distinto. Ya podían considerarse una nación independiente.

La última campaña de Morelos

La quinta campaña independentista inició con el ataque a Valladolid, donde un ejército realista, recién reformulado por el ahora virrey Calleja y liderado por Iturbide, logró repeler el ataque y capturar a uno de los lugartenientes de Morelos, Mariano Matamoros.

La Batalla de las Lomas de Santa María culminó con derrota para Morelos y marcó el inicio del fin de su liderazgo militar. Además, sus desavenencias con López Rayón no habían cesado, sino que tuvieron eco entre los demás líderes revolucionarios, e incluso se produjeron enfrentamientos entre López Rayón y Juan Nepomuceno Rosáins, el segundo al mando de Morelos.

El 15 de junio de 1814 el Congreso de Anáhuac culminó la redacción del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Latina, mejor conocido como la Constitución de Apatzingán, y el poder ejecutivo recayó en las manos de Morelos, Liceaga y José María Cos. También se eligió a Vicente Guerrero para reemprender la campaña en Oaxaca, pero la resistencia a la autoridad en muchos casos era tal que muchos líderes independentistas no reconocían a sus relevos, o los fusilaban con alguna excusa para permanecer al mando, y el clima de pugna interna era constante. Los hombres de armas y los hombres de leyes no lograban entenderse.

Los realistas, por su parte, recibieron refuerzos de la metrópoli española, ya que Fernando VII había vuelto al trono en Europa y el absolutismo se había reinstaurado. Sus jefes militares, Iturbide y Ciriaco del Llano, unieron fuerzas para dar cacería al Congreso de Anáhuac, en Michoacán. Este último, reconociendo el peligro en que se hallaba, decidió trasladarse a Tehuacán.

En el camino fue interceptado por los realistas y tuvo que ser defendido en la Batalla de Temalaca por las tropas al mando de José María Lobato, escolta del congreso, y por los propios Morelos y su hijo Nicolás Bravo. Los congresistas lograron huir, pero Morelos fue capturado por los realistas y llevado a la Ciudad de México. El 22 de diciembre de 1815 fue fusilado en Ecatepec.

El tigre del sur

Entre 1815 y 1820, las fuerzas independentistas lucharon una guerra de guerrillas dispersa, descoordinada, en aplastantes condiciones de inferioridad numérica frente a los realistas. La dispersión del Congreso de Anáhuac había dejado el poder en manos de una Junta Subalterna de Gobierno, que se estableció en Taretan, y a esta la sucedió la Junta de Jaujilla, que ni siquiera contaba con el reconocimiento pleno de las fuerzas independentistas. La soberanía lucía más lejana que nunca.

En 1816 se nombró al último de los virreyes españoles: Juan José Ruiz de Apocada, quien sustituyó la ferocidad de la lucha de Callejas por una política más laxa y dispuesta al perdón, que ofrecía a los insurgentes el perdón si renunciaban a las armas. Muchos de ellos, frustrados luego de 6 años de lucha sin fin, se acogieron a esta promesa y abandonaron el proyecto independentista.

Entre ellos no estuvo Vicente Guerrero, quien había servido bajo el mando de Morelos desde 1811 y prefirió mantenerse en pie de lucha. Pero ya en 1818  no eran muchas las instancias independentistas que pudieran reconocer su liderazgo: la Junta de Jaujilla cayó ante las fuerzas realistas en marzo de ese año y, aunque sus miembros sobrevivientes crearon la Junta de Zárate con la intención de mantener con vida la Constitución de Apatzingán, tampoco contó con el reconocimiento pleno del ejército independentista y el 10 de junio fue capturada y disuelta por los realistas.

Guerrero acogió a los restos de la Junta de Gobierno en la hacienda Las Balsas, y allí surgió una nueva fundación: nació el Superior Gobierno Republicano. Una de sus primeras medidas fue otorgar a Guerrero la autoridad máxima de las tropas independentistas, bajo el título de General en Jefe del Ejército del Sur. Y con esa nueva autoridad, y con el aval de sus años de lucha, Guerrero se propuso reorganizar el ejército y dar vuelta a la tortilla.

Un pacto inesperado y al fin la independencia

El año de 1820 inició en medio de nuevas campañas contrainsurgentes en contra de Vicente Guerrero. La guerra prometía durar mil años más. Sin embargo, en España los vientos de cambio soplaban con más fuerza: la oposición al absolutismo había sido tal que Fernando VII había tenido que someterse a la autoridad de una Constitución liberal. Una noticia que no fue bien recibida por las fuerzas realistas en México.

Así nació la Conspiración de La Profesa, con el objetivo de impedir que el virrey acatara las reformas liberales y la nueva Constitución española. Una ola de cambios barría la Ciudad de México, y los insurgentes anteriormente apresados, como Nicolás Bravo o Ignacio López Rayón, fueron puestos en libertad en agosto de 1820, y en noviembre del mismo año, se designó a Iturbide como sustituto de José Gabriel Armijo al mando de las fuerzas que perseguían a Guerrero. El plan, sin embargo, no era ya acabar con la insurgencia, sino sumarla para una nueva causa común.

Iturbide, entonces, se dirigió a Guerrero a través de un conjunto de cartas, tratando de hacer que aceptara el indulto ofrecido por el virrey. Y ante la negativa de Guerrero, y en contra de lo que cualquiera habría esperado, Iturbide le propuso un plan distinto y le solicitó encontrarse frente a frente para conversar al respecto. En una fecha incierta se dio el encuentro: bajo el amparo de sus ejércitos, los caudillos se saludaron con un abrazo, pues ya se habían puesto de acuerdo en lo que vendría.

El 24 de febrero de 1821, Iturbide anunció el Plan de Iguala. Las fuerzas de Guerrero pasaron a su mando y bajo las garantías de unión, religión e independencia, dos rivales militares de antaño emprendían un nuevo objetivo común: vencer al virrey y establecer una patria libre, soberana, aunque fiel al monarca Fernando VII.

Así nació el Ejército Trigarante, al comando del propio Iturbide, al cual pronto se sumaron las demás facciones independentistas, e incluso los líderes que habían depuesto las armas. Y sin que hubiera una fuerza militar a la altura de este nuevo ejército independentista, el 24 de agosto de 1821, las fuerzas realistas firmaron los Tratados de Córdoba, reconociendo la soberanía de un nuevo estado independiente: el Primer Imperio Mexicano.

La independencia, al fin, era un hecho consumado.

Referencias:

¿Qué es un relato?

Un relato o narración es un conjunto de sucesos reales o ficcionales organizados y expresados a través del lenguaje, es decir, un cuento, una crónica, una novela, etc. Los relatos forman parte importante de la cultura, y contarlos y/o escucharlos (o, una vez inventada la escritura, leerlos) constituye una actividad ancestral, considerada entre las primeras y más esenciales de la civilización.

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Equipo editorial, Etecé (31 de marzo de 2023). Relato sobre la Independencia Mexicana. Enciclopedia de Ejemplos. Recuperado el 26 de noviembre de 2024 de https://www.ejemplos.co/relato-sobre-la-independencia-mexicana/.

Sobre el autor

Fecha de publicación: 20 de noviembre de 2021
Última edición: 31 de marzo de 2023

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