Relato sobre la Revolución Mexicana

México, 1910: la primera revolución del siglo XX

El siglo XX daba sus primeros pasos temerosos, sin sospechar el destino turbulento al que muy pronto haría frente en muy diferentes países. Uno de los primeros fue México, que en 1910 despertaba del largo sueño positivista que fue el Porfiriato: tres décadas y media en las que se combinaron el autoritarismo, la persecución política y social, el avance tecnológico y el crecimiento industrial. México había dado importantes pasos hacia el desarrollo, pero siempre de espaldas a las mayorías empobrecidas y marginadas, especialmente en el campo.

Así, cuando en 1910 el caudillo Porfirio Díaz anunció que no se postularía a la reelección para el cargo de presidente sino que daría paso a la alternancia propia de la democracia, nuevas voces surgieron para arrear al pueblo hacia las votaciones.

La principal de todas ellas fue la de Francisco I. Madero, un empresario y hacendado que recorrió México llevando su mensaje antireeleccionista y antiporfirista a todos los rincones, lo cual le valió un inesperado arresto en San Luis Potosí, bajo acusaciones de “conato de rebelión” y de “ultraje a las autoridades”. El candidato opositor favorito estuvo en prisión cuando se celebraron las elecciones, en las que Díaz fue reelecto para el cargo, traicionando la palabra dada.

Sin embargo, Madero escapó de prisión a los Estados Unidos, un país que no se la había llevado muy bien con el Porfiriato. En San Antonio, Texas, Madero proclamó el Plan de San Luis: una convocatoria al pueblo mexicano para que tomara las armas y depusiera a Díaz, quien obviamente no tenía intenciones de dejar el poder. Su convocatoria fue oída en distintos lugares del país, pero la insurrección comenzó en el norte: Ciudad Juárez, en Chihuahua, fue la primera ciudad en ser ocupada por los insurrectos. La Revolución Mexicana había comenzado.

La derrota de las fuerzas de Díaz en Ciudad Juárez evidenció la debilidad de su gobierno, y con la firma de los tratados de paz entre alzados y gobernantes, conocidos como los Tratados de Ciudad Juárez, el Porfiriato llegaba a su fin.

El caudillo aceptó renunciar a la presidencia y vivir el resto de sus días en el exilio, en Francia, dejando a un presidente interino para convocar a unas nuevas elecciones. Pero el presidente interino, Francisco León de la Barra, quiso forzar a los alzados a deponer las armas, y eso lo condujo al enfrentamiento continuo con Madero y con otros líderes revolucionarios de las poblaciones rurales como Emiliano Zapata, quien exigía el cumplimiento inmediato de las promesas de cambio social hechas por Madero en su Plan de San Luis.

El panorama era complicado. El gobierno interino tenía un gabinete muy plural, tanto que no lograba ponerse de acuerdo respecto a nada, y la presencia de los insurrectos en el campo era una daga presionada contra su costado.

Fue así que, aprovechándose de que Madero había intentado conferenciar con Zapata en Cuautla a mediados de 1911, el presidente interino envió al ejército, al mando de Victoriano Huerta, a apaciguar por la fuerza al zapatismo. Este error le costaría muchos años de guerra venidera al país. Sintiéndose traicionado no solo por el gobierno sino por Madero, Zapata reunió sus fuerzas en las sierras entre Puebla y Guerrero, y proclamó el nacimiento del Ejército Liberador del Sur.

El gobierno de Madero

En medio de este clima turbulento, se celebraron en 1911 las necesarias elecciones presidenciales, y fue electo Francisco I. Madero para conducir al país. Cumpliendo su vocación antireeleccionista, su gobierno modificó la constitución para impedir la perpetuidad en el poder de cualquier dirigente. Además, el gobierno de Madero se propuso la transformación del país y, para eso, entregó el poder a nuevos gobernadores y se alejó del modelo de país del Porfiriato.

Sin embargo, dos días después de la toma de poder de Madero, su gobierno fue desconocido por Zapata, quien proclamó el Plan de Ayala en su contra. En dicho documento se acusaba a Madero de dictador, de traicionar la causa revolucionaria y la voluntad popular, y se proponía a Pascual Orozco (o en su defecto, al propio Zapata) como jefe máximo de la revolución, título simbólico que hasta entonces detentaba el propio Madero.

La respuesta del gobierno fue intentar reprimir al zapatismo, tal como lo había hecho el gobierno interino previamente, pero sin éxito. El conflicto entre Madero y Zapata se mantuvo en una baja intensidad a lo largo de 1912, lo cual le ganó al entonces presidente la inconformidad de los grandes hacendados, más aún cuando en marzo de ese año Pascual Orozco siguió los pasos de Zapata, desconoció al gobierno y proclamó el Plan de la Empacadora (o Plan Orozquista). En este documento criticaban al gobierno y proponían medidas de reforma política, agraria y obrera mucho más avanzadas que las que inicialmente existían en el Plan de San Luis.

En el bando contrario, el contrarrevolucionario, también hubo alzamientos contra Madero. En 1911 Bernardo Reyes anunció el Plan de la Soledad desde San Antonio, Texas, un intento por desconocer el gobierno de Madero y alzarse en armas en su contra, que no contó con apoyo popular y lo condujo a la cárcel.

Posteriormente, en octubre de 1912, se alzó en el estado de Veracruz un sobrino de Porfirio Díaz, Félix Díaz, con iguales resultados. Sin embargo, a inicios de 1913 se produjo el tercer intento, esta vez exitoso: la llamada “Decena Trágica”, un golpe de Estado que derrocó al gobierno maderista.

La dictadura de Victoriano Huerta

El golpe de Estado fue sangriento y eficaz. En apenas diez horas se alzaron las tropas contrarrevolucionarias y marcharon hacia Tlatelolco y hacia Lecumberri, con el fin de liberar tanto a Bernardo Reyes como a Félix Díaz.

Huerta, que formaba parte de la confabulación, se dedicó a entorpecer los intentos por instaurar el orden, y acabó firmando el Pacto de la Ciudadela con Félix Díaz, en presencia del embajador estadounidense en México, Henry Lane Wilson. Ahora no se detendrían hasta acabar con el gobierno de Madero.

Capturados por los insurgentes, Madero y su vicepresidente fueron obligados a renunciar y, pocos días después, fueron enviados a la Penitenciaría del Distrito Federal. Sin embargo, antes de llegar a la cárcel, fueron asesinados por órdenes de Huerta. Este último asumió entonces el mando del país e instauró una dictadura conservadora, de la mano de los grandes hacendados, la iglesia católica y casi todos los gobernadores provinciales.

Sin embargo, la llegada ilegítima de Huerta al poder desató en el norte del país nuevos alzamientos, esta vez bajo el mando de Venustiano Carranza, gobernador en ese entonces del Estado de Coahuila. Este nuevo movimiento rebelde se autodenominó “Ejército Constitucionalista” y se adhirió al Plan de Guadalupe, proclamado el 26 de marzo de 1913. El propósito de este último era acabar con el gobierno de Huerta y restaurar la democracia y la legalidad en el país.

Junto a Carranza, en Sonora se alzaron Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón, entre otros líderes revolucionarios, y otro tanto ocurrió en Chihuahua, donde la figura de Francisco “Pancho” Villa reunió a los revolucionarios, descontentos con la adhesión de Pascual Orozco al gobierno de Huerta. También es importante mencionar de nuevo a Zapata, quien desconoció el nuevo gobierno y se le opuso desde el principio, aunque nunca sumó sus fuerzas a las constitucionalistas.

Un nuevo cambio de marea

El nuevo gobierno estadounidense, conducido por Woodrow Wilson, no simpatizaba con el gobierno de Huerta ni con sus métodos para llegar al poder, y eso condujo en 1914 a una crisis diplomática que sirvió de tapadera para una nueva intervención estadounidense en tierras mexicanas, esta vez en apoyo a Carranza y al Ejército Constitucionalista.

Las fuerzas navales estadounidenses ocuparon el puerto de Veracruz en abril de 1914, y esto impidió la llegada de armamento comprado en Europa a las filas huertistas e inclinó la balanza del conflicto mexicano a favor de las tropas revolucionarias. Este hecho marcó el inicio del fin de la dictadura de Huerta: en junio ya los ejércitos revolucionarios habían avanzado inmensamente desde el norte del país, y a finales de ese mismo mes tomaban Zacatecas, lo que implicó una estrepitosa derrota a las fuerzas huertistas.

El 14 de julio, Huerta huyó de la capital y presentó al Congreso su renuncia. Escapó de México hacia Cuba y de allí hacia Estados Unidos, donde fue detenido y apresado en El Paso, Texas, hasta su muerte. El Ejército Constitucionalista, entonces, ocupó la capital y dio inicio a un nuevo gobierno revolucionario, cuyo programa político debía fijarse entre las tropas revolucionarias en el Congreso de Aguascalientes, celebrado el 1 de octubre de 1914.

Nuevas fracturas en el bando revolucionario

Una vez derrotado a su enemigo común, las tensiones entre los líderes revolucionarios no se hicieron esperar. Villa, Carranza y Zapata representaban sectores diferentes y a menudo enfrentados en la conducción del país, y en la Convención de Aguascalientes no se pudo dar con un criterio común.

Mientras Villa y Zapata pedían la renuncia de Carranza a la conducción del movimiento revolucionario y proponían como presidente a Eulalio Gutiérrez, este último se negaba y consideraba dicho gobierno ilegítimo. Un nuevo acto en la guerra civil daba inicio y enfrentaba ahora entre sí a las propias fuerzas revolucionarias.

Villa y Zapata firmaron en diciembre de 1914 el Pacto de Xochimilco, que era básicamente una alianza anticarrancista, y juntas sus fuerzas lograron tomar la Ciudad de México en enero del siguiente año. Mientras tanto, Carranza gobernaba de facto el resto del país, luego de reformar el Plan de Guadalupe.

El 2 de agosto reunió a sus fuerzas y las condujo hacia la reconquista de la Ciudad de México, pero esto no puso fin al conflicto, que se prolongó a lo largo de 1915. A finales de dicho año, el presidente de Estados Unidos le daba al gobierno de Carranza su reconocimiento, ya que cada vez era más obvia la superioridad de sus tropas sobre las de Villa y Zapata, que no lograban siquiera trabajar de manera coordinada.

Hacia finales de 1916, Carranza era ya el virtual ganador del conflicto y, valiéndose de dicha autoridad, convocó a un Congreso Constituyente para redactar una nueva Constitución mexicana. Este congreso sesionó hasta inicios de 1917. Y aunque los villistas y zapatistas no tomaron parte en esta refundación de la nación, sus demandas fueron de alguna manera tomadas en cuenta. En 1917 se promulgó la nueva constitución, se procedió a votar los cargos de los tres poderes públicos y, con el 98 % de los votos, Carranza fue electo presidente.

¿El fin de la Revolución Mexicana?

Para muchos historiadores, 1917 marca el inicio del fin de la Revolución Mexicana, con el gobierno de Carranza. Eso no significa que fuera un período apacible: hubo nuevos alzamientos revolucionarios y contrarrevolucionarios, a cargo estos últimos del propio Félix Díaz. Y aunque en 1919 las tropas carrancistas engañaron y asesinaron a Zapata, poniendo fin a su movimiento rebelde, Carranza gobernó solamente hasta 1920.

A sabiendas de que su período se acercaba al final, Carranza estuvo inmerso en intrigas políticas para alejar del poder a Álvaro Obregón y favorecer a su sucesor elegido, Ignacio Bonillas. Intentó, por ejemplo, acusar a Obregón de conspiración y logró con ello que Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta se alzaran en su contra, y proclamaran el Plan de Agua Prieta. Derrotado por los insurgentes, Carranza intentó huir de la capital y fue emboscado y asesinado en Puebla en mayo de 1920.

El mismo destino le aguardaba a Francisco “Pancho” Villa en 1923, durante el gobierno de Álvaro Obregón. Los tres grandes líderes revolucionarios habían muerto. Aunque en el destino de México nuevas masacres se vaticinaban, con la guerra cristera que sacudió al país durante la presidencia de Plutarco Elías Calles, fue este último quien justamente anunció la muerte de la época de los caudillos revolucionarios y el inicio de la era de las instituciones. En 1929 se fundó el Partido de la Revolución Mexicana; pero esta última podía considerarse terminada.

Referencias:

¿Qué es un relato?

Un relato o narración es un conjunto de sucesos reales o ficcionales organizados y expresados a través del lenguaje, es decir, un cuento, una crónica, una novela, etc. Los relatos forman parte importante de la cultura, y contarlos y/o escucharlos (o, una vez inventada la escritura, leerlos) constituye una actividad ancestral, considerada entre las primeras y más esenciales de la civilización.

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Equipo editorial, Etecé (6 de septiembre de 2024). Relato sobre la Revolución Mexicana. Enciclopedia de Ejemplos. Recuperado el 26 de noviembre de 2024 de https://www.ejemplos.co/relato-sobre-la-revolucion-mexicana/.

Sobre el autor

Fecha de publicación: 20 de noviembre de 2021
Última edición: 6 de septiembre de 2024

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