Un texto dramático es un escrito cuya elaboración tiene por objetivo ser representado en una obra teatral. Se diferencia de otros tipos de textos cuya concepción es pensada para ser leída y no interpretada. Por ejemplo: Romeo y Julieta, de William Shakespeare.
Este tipo de texto presenta los conflictos de los personajes que se escenifican a través del uso de diálogos, mediante los cuales se desarrollan las acciones frente a un auditorio. Pueden estar escritos en prosa o en verso, y el espacio funciona como su principio estructurador. Junto a la narrativa y a la lírica, el texto dramático constituye uno de los tres géneros literarios clásicos por excelencia.
Los textos dramáticos suelen contener dos niveles:
- Texto principal. Está compuesto por diálogos, monólogos y apartes. Los diálogos entre los personajes son el principal medio en que se desarrolla la acción. Los monólogos son una alocución solitaria que realiza un personaje para reflexionar y manifestar sus sentimientos. Los apartes son comentarios breves que realizan los personajes, que no se dirigen a ninguno de sus interlocutores, sino a sí mismo y, por ende, a la audiencia. Sobre todo, expresan estados de ánimo y actitudes corporales.
- Texto secundario. Está compuesto por una serie de anotaciones, explicaciones e indicaciones relacionadas con la puesta en escena de las acciones relatadas. Este tipo de acotaciones se llama didascalia. Existen las acotaciones generales y las particulares. Las primeras señalan el lugar de la acción, la época, la escenografía, la apariencia exterior de los personajes (vestimenta, aspecto físico), los movimientos de los personajes, efectos sonoros e iluminación. Aparecen en cursiva y sin paréntesis. Las segundas pueden indicar entonación, gesto, movimiento y mímica que debe realizar el personaje y se encuentran intercaladas en el diálogo. Aparecen en cursiva y entre paréntesis.
- Ver además: Género dramático
Características del texto dramático
- Estructura. Está dividido en introducción, nudo y desenlace, al igual que la mayoría de los textos narrativos. Tienen una fuerte relación con la dialéctica, en tanto los conflictos dentro de los textos dramáticos progresan en el intercambio de preguntas y respuestas hasta llegar a una solución.
- Emisores. Abarca tres tipos diferentes de emisores: el autor dramaturgo, los actores y el director.
- Códigos. No contiene un narrador ni descripciones, sino que los hechos se encuentran representados por actitudes, gestos, diálogos y monólogos que mantienen los personajes. En un texto dramático cohabitan el código verbal (la palabra), el no verbal (escenografía, maquillaje, luces, sonido) y el paraverbal (entonación, pausas, énfasis).
- Diálogos. Posee un estilo de diálogo diferente al de la narrativa, porque el nombre de cada personaje está siempre escrito antes del parlamento. Los diálogos deben ser sintéticos, directos y en situación; deben mostrar el carácter del personaje así como también adelantar la acción dramática.
- Personajes. Presenta los nombres de los personajes al inicio de la escena, que, por lo general, se encuentran en orden de aparición. En este punto, se suele dar más información, como ser la edad, el rango social, parentesco con otros personajes, etc.
- Partes. Está dividido en actos, cuadros, escenas; a diferencia de los textos narrativos que suelen estar divididos en capítulos.
- Objetivo. Tiene como fin la representación de sus contenidos frente al público.
Tipos de texto dramático
Existen tres subgéneros de texto dramático por excelencia: el drama, la tragedia y la comedia.
- Drama o tragicomedia. Consiste en la combinación de elementos de la tragedia y la comedia, por lo tanto es un texto dramático híbrido que recupera los grandes temas dramáticos, pero presentados de una manera más ligera, realista y de forma divertida.
- Tragedia. Presentan personajes con conflictos profundos relacionados con los grandes temas de la humanidad, como son el amor, el honor, la muerte, la venganza. Busca generar un efecto catártico en el receptor, al exponer acontecimientos con finales nefastos.
- Comedia. Está centrada en historias divertidas de la cotidianidad, cuyos conflictos son presentados con comicidad, exageración y hasta ridiculización. El público fácilmente se identifica con los personajes de una comedia y el final es siempre positivo para todos.
Ejemplos de texto dramático
- Fragmento de Edipo Rey (429 a. C.), de Sófocles.
CORIFEO.- Creo que a ningún otro se refiere, sino al que tratabas de ver antes haciéndolo venir desde el campo. Pero aquí está Yocasta que podría decirlo mejor.
EDIPO.- Mujer, ¿conoces a aquel que hace poco deseábamos que se presentara? ¿Es a él a quien éste se refiere?
YOCASTA.- ¿Y qué nos va lo que dijo acerca de un cualquiera? No hagas ningún caso, no quieras recordar inútilmente lo que ha dicho.
EDIPO.- Sería imposible que con tales indicios no descubriera yo mi origen.
YOCASTA.- ¡No, por los dioses! Si en algo te preocupa tu propia vida, no lo investigues. Es bastante que yo esté angustiada.
EDIPO.- Tranquilízate, pues aunque yo resulte esclavo, hijo de madre esclava por tres generaciones, tú no aparecerás innoble.
YOCASTA.- No obstante, obedéceme, te lo suplico. No lo hagas.
EDIPO.- No podría obedecerte en dejar de averiguarlo con claridad.
YOCASTA.- Sabiendo bien qué es lo mejor para ti, hablo.
EDIPO.- Pues bien, lo mejor para mí me está importunando desde hace rato.
YOCASTA.- ¡Oh desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!
EDIPO.- ¿Alguien me traerá aquí al pastor? Dejen a ésta que se complazca en su poderoso linaje.
YOCASTA.- ¡Ah, ah, desdichado, pues sólo eso te puedo llamar y ninguna otra cosa ya nunca en adelante!(Yocasta, visiblemente alterada, entra al palacio.)
- Escena V de Hamlet (1603), de William Shakespeare.
HAMLET solo.
HAMLET.- ¡Oh! ¡Si esta demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas! ¡O el Todopoderoso no asestara el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh! ¡Dios! ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quiero de él, es un campo inculto y rudo, que sólo abunda en frutos groseros y amargos. ¡Que esto haya llegado a suceder a los dos meses que él ha muerto! No, ni tanto, aún no ha dos meses. Aquel excelente Rey, que fue comparado con este, como con un Sátiro, Hiperión; tan amante de mi madre, que ni a los aires celestes permitía llegar atrevidos a su rostro. ¡Oh! ¡Cielo y tierra! ¿Para qué conservo la memoria? Ella, que se le mostraba tan amorosa como si en la posesión hubieran crecido sus deseos. Y no obstante, en un mes… ¡Ah! no quisiera pensar en esto. ¡Fragilidad! ¡Tú tienes nombre de mujer! En el corto espacio de un mes y aún antes de romper los zapatos con que, semejante a Niobe, bañada en lágrimas, acompañó el cuerpo de mi triste padre… Sí, ella, ella misma. ¡Cielos! Una fiera, incapaz de razón y discurso, hubiera mostrado aflicción más durable. Se ha casado, en fin, con mi tío, hermano de mi padre; pero no más parecido a él que yo lo soy a Hércules. En un mes… enrojecidos aún los ojos con el pérfido llanto, se casó. ¡Ah! ¡Delincuente precipitación! ¡Ir a ocupar con tal diligencia un lecho incestuoso! Ni esto es bueno, ni puede producir bien. Pero, hazte pedazos corazón mío, que mi lengua debe reprimirse.
- Fragmento del cuadro II de Bodas de sangre (1931), de Federico García Lorca.
(Entran al niño. Entra LEONARDO.)
LEONARDO.- ¿Y el niño?
MUJER.- Se durmió.
LEONARDO.- Ayer no estuvo bien. Lloró por la noche.
MUJER.- (Alegre.) Hoy está como una dalia. ¿Y tú? ¿Fuiste a casa del herrador?
LEONARDO.- De allí vengo. ¿Querrás creer? Llevo más de dos meses poniendo herraduras nuevas al caballo y siempre se le caen. Por lo visto se las arranca con las piedras.
MUJER.- ¿Y no será que lo usas mucho?
LEONARDO.- No. Casi no lo utilizo.
MUJER.- Ayer me dijeron las vecinas que te habían visto al límite de los llanos.
LEONARDO.- ¿Quién lo dijo?
MUJER.- Las mujeres que cogen las alcaparras. Por cierto que me sorprendió. ¿Eras tú?
LEONARDO.- No. ¿Qué iba a hacer yo allí, en aquel secano?
MUJER.- Eso dije. Pero el caballo estaba reventando de sudor.
LEONARDO.- ¿Lo viste tú?
MUJER.- No. Mi madre.
LEONARDO.- ¿Está con el niño?
MUJER.- Sí. (…)
LEONARDO.- (Levantándose.) Voy a verlo.
MUJER.- Ten cuidado, que está dormido.
SUEGRA.- (Saliendo.) Pero ¿quién da esas carreras al caballo? Está abajo, tendido, con los ojos desorbitados, como si llegara del fin del mundo.
LEONARDO.- (Agrio.) Yo.
SUEGRA.- Perdona; tuyo es.
MUJER.- (Tímida.) Estuvo con los medidores del trigo.
SUEGRA.- Por mí, que reviente. (Se sienta.)(Pausa.)
- Fragmento de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1962), de Edward Albee.
Jorge: Esa oportunidad se presenta una vez por mes, Marta. Estoy acostumbrado. Una vez por mes aparece Marta, la incomprendida, la niña dulce, la niña pequeña que vuelve a florecer bajo una caricia y yo lo he creído más veces de las que quiero acordarme, porque no; quiero pensar que soy un imbécil. Pero ahora no te creo… simplemente no te creo. Ahora ya no hay ninguna posibilidad de que podamos tener un minuto de felicidad… los dos juntos.
Marta (agresiva): Quizá tengas razón, querido. Entre tú y yo ya no hay posibilidad de nada… ¡porque tú no eres nada! ¡ZAS! ¡Saltó el resorte esta noche en la fiesta de papá! ( Con intenso desprecio, pero también con amargura). Yo estaba allí sentada… Mirándote… luego miraba a los hombres que te rodeaban… más jóvenes… hombres que llegarán a ser algo. Te miraba y de pronto descubrí que tú ya no existías. ¡En ese momento se rompió el resorte! (Finalmente se rompió! Y ahora lo voy a gritar a los cuatro vientos, lo voy a aullar, y no me importa lo que hagas. Y voy a provocar un escándalo como jamás has visto.
Jorge (muy calmo): Ese juego me apasiona. Comienza y verás como te mato el punto.
Marta (esperanzada): ¿Es un desafío, Jorge?
Jorge: Es un desafío, Marta.
Marta: Vas a perder, querido.
Jorge: Ten cuidado, Marta… te voy a hacer trizas.
Marta: No eres lo bastante hombre para eso…te faltan agallas.
Jorge: ¿Guerra a muerte?
Marta: A muerte.(Hay un silencio. Los dos parecen aliviados y exaltados.)
- Fragmento del episodio 1 de Calderón (1973), de Pier Paolo Pasolini.
ROSAURA: ¡Esas cortinas en las ventanas! ¡Qué cosas tan prodigiosas! ¡Cortinas semejantes solo se pueden soñar!
Soy ajena a ellas: su precio
no está en mis recuerdos –ni en mis costumbres-
¡no está ni por asomo dentro de mis posibilidades!
¡Y esta alfombra, este suelo!
Todo esto no me pertenece, porque yo no conozco
ni la riqueza ni lo que a ella va unido.
ESTRELLA: -Rosaura, trata ahora de ayudarme: en tu razón
algo se ha quebrado, y, ay de mí, empieza a
quebrarse también en la mía. Este dúo nuestro resulta absurdo.
Trata de concentrarte… ¿Qué has soñado esta noche?
ROSAURA: No he soñado nada, porque ESTO es un sueño.
ESTRELLA: Pero como yo sé que no es un sueño,
pues soy tu hermana, y he vivido
tu realidad conmigo, es necesario que intentes por lo menos,
suponer, por hipótesis que no se trata de un sueño.
Simulemos un juego.
ROSAURA: ¿Qué juego?
ESTRELLA: Simulemos que no reconoces realmente esta cama,
en la que has despertado esta mañana,
ni a mí, tu hermana, ni esta casa, llamada en la familia,
En broma, Palacio de Invierno, y todo lo demás…
ROSAURA: -¿Y después?
ESTRELLA: Simula entonces fingir que no sabes nada
del mundo donde te has despertado esta mañana y vives;
y yo simularé tener que explicarte cómo están las cosas…
ROSAURA: -¿Y todo esto con qué objetivo?
ESTRELLA: ¡Porque jamás nadie vendrá a rescatarte (…)!
- Fragmento del primer acto de ¡Jettatore! (1904), de Gregorio de Laferrère.
Acto primero
Sala elegante. Una mesa en el centro con revistas y diarios. Una chimenea o un piano sobre el foro de la izquierda. Un sofá sobre el foro de la derecha. Araña encendida.
I
CARLOS. –Vamos, Lucía… de una vez. ¿Sí o no?
LUCÍA. –Es que no me resuelvo, Carlos. ¿Y si se me conoce?
CARLOS. –No seas tonta… ¿En qué se te puede confiar? Todo es cuestión de un momento.
LUCÍA. –¡Si llegaran a descubrirnos!
CARLOS. –¡Pero no pienses en eso!… No es posible. Yo te aseguro que no nos van a descubrir. ¿Por qué imaginarte siempre lo peor? Tengo todo preparado. Enrique estará esperando en la esquina…
LUCÍA. –No me animo, Carlos… Tengo miedo…
CARLOS. –Bueno, lo que veo es que no te importa nada de mí.
LUCÍA. –No digas eso. Bien sabes que no es cierto.
CARLOS. –Sin embargo, ahí está la prueba.
LUCÍA. –Si no puedo querer a nadie que no seas tú. ¡Cómo si no lo supieras! (…)
CARLOS. –Vamos, Lucía, no seas niña. Estás buscando pretextos para engañarte a ti misma. ¡Parece mentira, mujer! (Se sienten pasos.)
LUCÍA. –Ahí viene mamá. (Se va corriendo por la izquierda.)
- Escena IV de Casa de muñecas (1879), de Henrik Ibsen.
Escena IV
ELENA (Entrando): Perdone usted, señora… Hay un caballero que desea hablar al abogado…
NORA: Querrás decir al director del Banco.
ELENA: Sí, señora, al director; pero, como está el doctor ahí dentro…, no sabía…
KROGSTAD (Presentándose): Soy yo, señora. (Elena sale. Cristina se estremece, se turba y se vuelve hacia la ventana).
NORA (Adelantándose hacia él, turbada y a media voz): ¿Usted? ¿Qué sucede? ¿Qué tiene usted que decir a mi marido?
KROGSTAD: Deseo hablarle de asuntos relativos al Banco. Tengo allí un empleíto y he oído decir que su esposo va a ser nuestro jefe…
NORA: Es cierto.
KROGSTAD: Asuntos de negocios, señora, nada más que eso.
NORA: Entonces, tómese la molestia de entrar en el despacho. (Le saluda con indiferencia, cerrando la puerta del recibidor, y después se acerca a la chimenea).
- Fragmento del acto primero de La importancia de llamarse Ernesto (1895), de Oscar Wilde.
GRESFORD.- (Dirigiéndose hacia el sofá y arrodillándose en él.) Bueno; ¿y qué encuentras en ello de particular? ¿Es que todas las tías van a ser grandes? También las hay pequeñas… Tú te figuras que todas las tías tienen que ser como la tuya. ¡Es absurdo! ¡Anda, ten la bondad de devolverme la pitillera! (Persiguiendo a ARCHIBALDO por la habitación.)
ARCHIBALDO.- Sí. Pero ¿por qué tu tía te llama aquí tío suyo? “Recuerdo de la pequeña Cecilia, con todo su cariño, a su querido tío Juan.” Comprendo que no hay nada que impida a una tía ser pequeña; pero que una tía, sea del tamaño que sea, llame tío a su propio sobrino, es cosa para mí ininteligible. Además, tú no te llamas Juan, sino Ernesto.
GRESFORD.- No, señor; yo no me llamo Ernesto; me llamo Juan.
ARCHIBALDO.- Tú siempre me has dicho que te llamabas Ernesto. Yo te he presentado a todo el mundo como Ernesto. Tú respondes al nombre de Ernesto. Es completamente absurdo que niegues llamarte Ernesto. En tus tarjetas está. (Sacando una de su cartera.) “ERNESTO GRESFORD, Albany, 4”. La conservaré como prueba de que tu nombre es Ernesto, si alguna vez tratas de negármelo, a mí, o a Susana, o a quien sea. (Se guarda la tarjeta en el bolsillo.)
GRESFORD. – Bueno, sea; me llamo Ernesto en Londres y Juan en el campo; y esa pitillera me la regalaron en el campo. ¿Estás ya satisfecho?
- Fragmento de Acto sin palabras (1956), de Samuel Becket.
PERSONAJE:
Un hombre. Gesto habitual: dobla y desdobla el pañuelo.ESCENA:
Desierto. Iluminación deslumbrante.ACCIÓN:
Lanzado a tropezones desde el bastidor derecho, el hombre tropieza, cae, se levanta enseguida, se limpia, piensa.
Toque de silbato bastidor derecha.
Piensa, sale por la derecha.
De inmediato vuelve a ser lanzado en escena, y tropieza, cae, se levanta enseguida, se limpia, piensa.
Toque de silbato bastidor izquierda.
Piensa, sale por la izquierda.
De inmediato vuelve a ser lanzado en escena, y tropieza, cae, se levanta enseguida, se limpia, piensa.
Toque de silbato bastidor izquierda.
Piensa, va hacia el bastidor izquierda, se para antes de alcanzarlo, se lanza atrás, tropieza, cae, se levanta enseguida, se limpia, piensa.
Un arbolito baja de las bambalinas, se posa. Solo una rama a tres metros del suelo y en la punta un ramillete delgado de palmas que proyectan una leve sombra.
Sigue pensando. Toque de silbato arriba.
Se gira, ve el árbol, piensa, va hacia el árbol, se sienta en la sombra, se mira las manos.
Unas tijeras de sastre bajan de las bambalinas, se inmovilizan delante del árbol a un metro del suelo.
Continúa mirándose las manos.
Toque de silbato arriba. (…)
- Fragmento de la escena cuarta de Un tranvía llamado deseo (1948), de Tennessee Williams.
BLANCHE (va hacia el respaldo de la butaca y luego se acerca a Stella): -De lo que hablas es del brutal deseo…, simplemente… ¡del Deseo!… el nombre de ese traqueteante tranvía que recorre ruidosamente el barrio, por una de las angostas calles y luego por otra…
STELLA: -¿No has viajado alguna vez en él?
BLANCHE: -Ese tranvía me trajo aquí… Donde estoy de más y donde me avergüenza estar.
STELLA (dando un paso hacia la izquierda): -Entonces… ¿no te parece que tu aire de superioridad está un poco fuera de lugar?
BLANCHE (siguiéndola y deteniéndola, la obliga a volverse): -No soy ni me siento superior ni mucho menos, Stella. Créeme. ¡No hay tal cosa! Sólo pasa esto. Yo veo las cosas así. Con un hombre como Stanley, se puede salir… una…, dos…, tres veces cuando una tiene el diablo en el cuerpo. Pero… ¡Vivir con él! ¡Tener un hijo con él!
STELLA: -Te he dicho que lo quiero.
BLANCHE (dando un paso hacia la derecha): -Entonces, ¡tiemblo por ti! Simplemente…, ¡tiemblo por ti!
STELLA (va hacia la butaca, se sienta y pone a su alcance sobre el mueble el frasco con el esmalte para uñas): -¡No puedo evitar que tiembles si te empeñas en temblar! (Pausa. Se oye el silbato y el bramido de un tren que se acerca.)
Ejercicio interactivo para practicar
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